sábado, julio 14, 2007

EL JINETE PÁLIDO

Antes de "Sin perdón", Clint Eastwood ya dió muestras sobradas de su talento. Una de ellas fue "El jinete pálido", un western en el que se entremezclan estándares del género con una más que evidente resonancia mágica y misteriosa que convierten a esta película en una extraña joya, una flor rara paradójicamente construida sobre materiales que nada tienen de diferente.

Un pistolero errante desciende de las montañas y acaba en una comunidad minera que está siendo extorsionada por el malvado de turno y sus secuaces. Nada de nuevo hay en una historia que bebe directa y claramente de fuentes bien conocidas: el hombre sin nombre que el propio Eastwood interpretara en las películas de Sergio Leone, bastantes elementos narrativos de ese maravilloso clásico titulado "Raíces profundas"... Nada nuevo bajo el sol.

Lo diferencial está en ese componente mágico y telúrico que dimana del personaje que Eastwood interpreta.
Narrativamente su aparición parece ser una consecuencia de una plegaria lanzada con rabia por uan niña ante la tuma de su asesinada mascota, pero hay más: su descenso desde una nevada cordillera en la que parece suceder una perpetua tormenta, su espalda imposiblemente atravesada a balazos, la incredulidad del malvado Stockburn (primero ante lo que escucha y finalmente, ante lo que ve cuando el predicador le permite ver su rostro) y sobre todo esos maravillosos planos que el propio Eastwood se toma a sí mismo con las montañas a su espalda como si todo ese paisaje le respaldara o, mucho más allá, como si el personaje del predicador fuera la materialización física de una especie de justicia natural... divina quizá... venida desde los cielos como plegaria atendida.

Hay mucho realismo mágico en "El jinete pálido".

La calculada frialdad con que el predicador extermina a sus rivales no resulta humana. Más bien resulta la puesta por obra de algún ciego e inexorable mecanismo que por ignotas razones ha adquirido forma humana el tiempo justo como para ejecutarse. Todo parece previsto y calculado. Los cadáveres -que aún no sabe que lo son- sólo tienen que ir acudiendo a su cita con la muerte.

La forma mecánica con que va cargando su arma, sin mirar, abordando el destino de su siguiente víctima.

El maldito juicio final que ha bajado del cielo para buscarte.

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