sábado, septiembre 15, 2007

EL ESPÍA QUE SURGIÓ DEL FRIO

En el cerrado y críptico mundo del espionaje que el escritor británico John le Carré nos muestra a lo largo de su extensa obra literaria la moral siempre brilla por su ausencia.

El cálculo y la eficacia son los principales elementos de un inmenso e interminable juego en el que sus protagonistas pululan silenciosos y con la mirada fija en el próximo movimiento.

Sólo de cuando en cuando se detienen para comprobar con aterrada sorpresa lo lejos que han llegado. Y quizá ese sentimiento sea el que el protagonista de esta película/novela, Alex Leamas (magnificamente interpretado por Richard Burton) experimenta en el momento final que decide su destino sobre el muro de Berlin.

Es posible, pero lo único cierto es que la inexorable mecánica de este juego librado -tal y como le Carré lo plantea- entre inteligencias fagocita a los individuos relegándolos a la situación de objetos/peones movibles e intercambiales en Berlin y a través del Checkpoint 13.

No hay lugar para las emociones ni por extensión para sentimientos tan humanos como el cansancio y el egotamiento. Los jugadores no pueden permitirselas, porque se convierten en las principales fuentes de su debilidad tal y como le sucede a Leamas.

Lo importante es el movimiento perfecto, la adecuada estrategia de engaño llevada a cabo con calculada precisión, la mecánica precisa de un buen plan hurdido con pasmosa y cuidadosa habilidad.

La guerra fría era realmente fría... muy fría y John le Carré es el cronista preciso y perfecto.

El director norteamericano Martin Ritt ilustra con eficacia esta historia de espías que, de alguna forma, muestra la esencia de todas las obras de le Carré y que siempre resulta interesante tanto por si misma como por la labor magistral de sus actores.

El Gran Juego referido por Kipling en "Kim", el enfrentamiento "frío" entre Rusia y Gran Bretaña por incrementar la influencia en el Asia Central en el pasado siglo XIX se traslada a la dividida Europa de la segunda mitad del siglo XX con sus mismas reglas de cálculo y engaño.

En ese juego impera la existencialista paradoja de que la verdad siempre es el más perfecto de los engaños.

Y en absoluto lo importante es participar.

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