domingo, enero 27, 2008

SWEET CHARITY

Si el cine ha producido una película con un final mágico, emocionante y potente, de esos que uno nunca olvida si el corazón le sigue vivo en el pecho, ésa es "Sweet Charity".

Después de haber pasado una amarga noche de soledad y derrota, entre las ruinas de sus esperanzas desvanecidas, unos hippies la despiertan deseándola un buen día y amor.

Poco a poco, en un crescendo musical, Charity comienza a vivir el nuevo día. Ese deseo de buen día y amor es justo lo que ella necesita. El sol, la mañana y la belleza del parque hacen el resto del trabajo para devolver la sonrisa a su rostro.

Lentamente, Charity vuelve a ser ella misma, la incorregible soñadora llena de esperanzas. Quizá, y después de la terrible cadena de decepciones que han sucedido sobre ella, para cualquier otra persona no sería una buena idea... Pero ella no puede evitarlo.

Así es ella.

Seguramente, y para su aparente desgracia, el amor por la vida es siempre mucho más fuerte

La música crece y crece. Se convierte en metáfora del torbellino de ilusiones desesperadamente recuperadas al paso de su marcha.

Cuando se incorpora a la ciudad que tan mal la ha tratado, la cámara la abandona. Asiste a su marcha, calle arriba, en busca del boulevard, mientras se eleva hacia el cielo para enmarcar su cada vez más pequeña figura entre las verdes copas de los árboles.

Y uno piensa que nada bueno hay para ella en esa ciudad, pero enseguida la grandeza de ese recalcitrante gesto de firmeza en el error que a veces uno mismo es le llega. Le arrasa el corazón como una huracanada ráfaga que llega a todos los rincones, que todo lo revuelve y descubre bajo el polvo papeles amarillos y fotografías viejas.

El terrible y titánico esfuerzo que supone la felicidad y la voluntad nuestra materia.

Después de todo, Charity desea por encima de todo ser querida pero, y aunque tiene todos los inconvenientes desde un punto de vista moral convencional para no serlo, está dispuesta a intentarlo una vez más.

En este sentido, Charity se muestra como una suerte de personaje arquetípico, simbólico de la ciega locura de no perder la esperanza, de no dejarse doblegar por el mundo, de negarse a ser el otro que las circunstancias a veces te obligan a ser.

La princesa de todos los heterodoxos.

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