domingo, mayo 11, 2008


E LA NAVE VA


La filmografía de Federico Fellini encierra, en mi opinión, un progresivo abandono de la realidad en favor de un mundo interno y propio, rebosante de hermosas locuras y rayantes obsesiones.

Cada nueva película del director nacido en Rimini se convertía en una complicada apuesta. Fellini proponía al espectador atravesar, como Alicia, el espejo y zambullirse en su profundo mundo de obsesiones personales.

En este sentido, sólo puedo hablar de mí y he de decir que siempre me gustó nadar en Fellini, que aún sigue gustándome bucear en su abigarrado mundo de imágenes sugerentes y situaciones excesivas. Un mundo en el que siempre terminaba apareciendo la belleza que destilaba su brillante mirada de creador único.

"Ocho y medio" y "Giulietta de los Espíritus" suponen, a mediados de la década de los 60, la ruptura de Fellini con la realidad y la inversión definitiva de los términos. El inicio del viaje interior, libre de ataduras, del creador hacia el final de sus propias obsesiones e intereses.

"E la nave va" es una muestra emblemática de esta segunda época. Para mi gusto tan importante como pudiera serlo "Amarcord" o su "Casanova".

El cine de Fellini es eminentemente poético y supone siempre un reto para el espectador acostumbrado a descansar su mirada y su entendimiento en la confortabilidad de un hilo narrativo.

En el cine donde predomina lo poético la historia no es tan importante como los sucesivos hallazgos de interesante belleza que el espectador puede encontrar a lo largo de la historia y en "E la nave va" Fellini ofrece la garantía de suficientes encuentros, momentos inolvidables como el funeral de la diva Edmea Tetua, el hitchcockiano "macguffin" que convoca a todos los personajes en el barco:





Es inolvidable este momento en que la ceniza es arrastrada suavemente por el viento mientras suena por última vez la voz de la gran diva.... Pero hay más... La princesa ciega, el lord celoso, el rinoceronte enamorado, los inmigrantes serbios, el romántico fan de la diva que prefiere ver una vez más sus viejas películas antes que salvarse, la absurda entrevista con el Gran Duque, el final con el narrador escapando con la única compañía del rinoceronte enamorado, los cuidadosamente escogidos nombres de los divos (Edmea Tetua, Ildebranda Cuffari, Aureliano Fuciletto).... hallazgos fascinantes que suceden en un entorno escenográfico brillante.. Un trasatlántico de proporciones imposibles y colosales, inaprensible en su operística totalidad... Y la belleza de la opera... Y el Claro de Luna de Debussy.

Obra maestra.

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