domingo, diciembre 21, 2008

EL HUEVO DE LA SERPIENTE

Muchos consideran "El huevo de la serpiente" como una rareza dentro de la obra de Ingmar Bergman.

Producida por Dino de Laurentiis y, exceptuando a Liv Ullman, con actores no habituales en la cámara actoral del genio sueco, la película fue rodada en 1977 y la década de los setentas resultó ser una época extraña en la filomografía del director sueco. Obras para la televisión, óperas y producciones cinematográficas constituyeron una propuesta bastante alejada de lo que hasta entonces había sido la tónica... Como si se tratase de una transición entre la época metafísica y experimental de los sesentas y la gran obra magna que fue "Fanny y Alexander" en 1982... y que abriría una tercera fase más ensimismada y autobiográfica.

"El huevo de la serpiente" es uno de los grandes hitos de esta época de transición.

A través de los ojos de su protagonista, Abe Rosenberg, Ingmar Bergman nos presenta un retrato terrible y agónico de la alemania de la década de los años veintes del pasado siglo. El espectáculo de la pobreza, el hambre y la depresión son el principal punto de anclaje. La historia es una mera anécdota usada para proporcionar a Rosenberg la posibilidad de moverse por un Berlin oscuro y podrido. El huevo de la serpiente por cuyas calles puede verse el germen del nazismo preparándose para nacer.

Lo que se ve es sobrecogedor, pero lo que se intuye tras la cáscara es aún más terrible.

A lo largo de su filmografía, y especialmente en la década de los sesentas con obras como Los comulgantes, Bergman ha desarrollado y formulado su famosa angustia metafísica. El silencio de dios y el decepcionado deseo de un ser humano que desea escucharle, que desea que deje de ser un sueño y se manifieste y exista. La decepción,pérdida de esperanza y vacío que produce ese silencio... Y hay bastante de todas esas inquietudes en "El huevo de la serpiente".

El plano en blanco y negro que se repite al principio y al final de la película... Alemanes de Weimar cansados y desesperanzados, alimentándose de ratas e intercambiando billetes al peso, viviendo en ese silencio que Bergman filma a cámara lenta, un lugar donde parece evidente que ese dios, sobre el que el director sueco tanto se pregunta, ni se le espera ni está. Rostros demacrados que se convierten en esa misma pregunta que interroga sobre dios y su silencio, un silencio que otros, más ciertos, no tardarán en llenar convirtiéndose en una calculada respuesta.

No es sólo inevitable el silencio, también son inevitables sus consecuencias.

No hay comentarios:

Publicar un comentario