domingo, mayo 03, 2009

2-6

No podía ser de otra forma.

El mejor Barça de la historia hizo lo que tenía que hacer. En una espectacular tarde de fútbol sentenció la liga masacrando a su máximo rival en su propio campo.

Ya nada se puede objetar. Todos los que vieron el partido lo saben.

El deporte tiene estas cosas. No sólo como pasó en la final del mundial de rugby de 1995 se convierte en el más importante vehículo de emociones que van más allá de lo físico y que tienen que ver con una trascendencia casi religiosa, y desde luego pagana, sino que también enfrenta a los contendientes con las propias limitaciones, que fue el caso del Real Madrid... Y en el caso de no haberlas, como fue el caso del Barcelona, proyecta al ganador hacia el cielo de la victoria como un ruidoso cohete disparado a discrección por un loco hacia las estrellas.

El juego del Barcelona fue espectacular. En todo momento el balón fue suyo de la mano de un Xavi, un Iniesta y un Piqué absolutamente imperiales. Balón que administraban con inteligencia, moviéndolo constantemente hacia los lugares donde más daño hacía a la defensa del Real Madrid, buscando con paciencia a unos ejecutores, Henry y Messi, que jamás tardaban más de tres pases en enencontrar. Así, y casi siempre que llegaba, el Barcelona fue letal. Hasta el punto que, de no ser por Casillas, el único jugador del Real Madrid que podría jugar en el actual Barcelona, la derrota podría haber tenido colosales dimensiones históricas de derrota humillante... Y eso que con estos seis goles ya la tiene.

El loco esfuerzo del Madrid mantuvo la duda quince minutos, pero enseguida, y por puro peso específico de talento y jugadores, la balanza se decantó del lado barcelonista que llegaba casi sin esfuerzo al área de Casillas.

Frente a los barcelonistas el Madrid puso sobre el terreno de juego una loca apelación a la épica que se vió incrementada por el gol de Higuaín que abrió el marcador. Para mi gusto, lo peor que pudo pasarle al Madrid fue marcar ese gol que le reafirmó en una estrategia que no era otra cosa que un juego de la ruleta rusa con las seis balas cargadas en el tambor del revolver.

Es difícil jugar contra el Barcelona, quitarle el balón, plantarle cara, especialmente si el equipo quiere y anoche quería. Deseaba sentenciar la liga en el campo del más directo rival. Pero el Real Madrid quizá optó por la peor de las opciones posibles.

Unos pocos días antes, el viejo zorro de Guus Hiddink había conseguido que su Chelsea saliera vivo del Nou Camp poblando el centro del campo de primeros guerreros como Ballack, Essien, Lampard y Obi Mikel. Pero el Madrid se presentó con un centro del campo en inferioridad numérica ante el talento del Barcelona. Ni Robben ni Marcelo prestaron el necesario apoyo a los solitarios Gago y Diarra, una vez que se proyectaban en ataque, para intentar recuperar el balón. Ni Raul, perdido en la trampa de su propia mentira, bajó a apoyar a sus centrocampistas.

Así, la presión del Madrid fue inútil. Los jugadores blancos se vaciaron persiguiendo el balón y a los jugadores del Barcelona por todo el campo. 

El equipo enseguida se rompió, se descompensó.

El resultado fue que el cesped del Bernabeu se convirtió en un territorio sobre el que los arquitectos del Barcelona trazaban con tiralíneas sus precisos pases mortales.

El resultado fue una de las derrotas más humillantes de toda la historia del Real Madrid, una derrota que debería hacer pensar a los madridistas en las razones de la distancia que les separa de los grandes equipos europeos.

Felicidades, Barcelona!

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