martes, junio 16, 2009
















IRAN

En realidad, Iran es una democracia tutelada por una estructura denominada Consejo de Guardianes, un órgano de 12 miembros formado a partes iguales por teólogos y juristas todos expertos en las leyes y la religión islámica.

Políticamente no se puede dar un paso sin su aprobación.

El Consejo decide qué candidatos pueden optar al puesto de presidente del ejecutivo o a parlamentarios, eligen al jefe supremo que tiene a su cargo las fuerzas armadas y la guardia revolucionaria, designan a los altos responsables de la judicatura y a los jueces, tienen derecho de veto sobre las leyes aprobadas en el parlamento.

Se suele decir que la democracia iraní es una puesta en obra del aristocrático ideal platónico del gobierno del pueblo por parte de los sabios. Los miembros del Consejo desde su condición de ancianos expertos en la ley islámica valoran la adecuación de las personas y sus obras a unos criterios definidos por ellos mismos. Son los verdaderos guardianes de la revolución, pero, y como sucede con la iglesia católica en nuestras sociedades occidentales, la gente y sus deseos parecen ir en una dirección muy diferente a la propuesta por los sabios hombres de fe.

Y al final, como en todas las religiones monoteistas, tras esa sabiduría se esconde la mera administración de un repertorio estructurado de normas de comportamiento que convierte la salvación en un mero acto burocrático desprovisto del menor empeño personal, del menor sentido de lo religioso con todos los aspectos vitales e inmediatos que ello implica como elementos constitutivos de una verdadera autenticidad.

Del mismo modo que sucedió en la Unión Sovietica llega un momento en que los burócratas se hacen con el poder y dedican gran parte de sus esfuerzos a legitimarse haciéndonos creer que son sabios y las instituciones que gobiernan las grandes religiones monoteistas no están libres de esa enfermedad degenerativa que afecta a aquellas

Y lo carismático que implica toda sabiduría verdadera, con su carácter impredecible, siempre dudando de sí misma, ya no tiene lugar ni en los pasillos del Vaticano ni en las salas donde se reúne el Consejo de Guardianes de la Revolución.

Es otra historia que en nada tiene que ver con la esencia del fenómeno religioso cuya principal cualidad es la religiosidad, un indefinido sentimiento de trascendencia al que cada religión da una concreta forma subsumiéndolo dentro de un edificio estructurado de creencias y normas.

Prueba de ello es el empecinamiento con que la iglesia católica defiende su norma administrativa (también en el sentido de administrar/dar una moral) que impide el uso de los preservativos frente a la empecinada realidad de la vida sexual de los africanos.

El imperio administrativo de la norma prima sobre la compasión esencial y humana por todos aquellos que sufren su ciego y mecánico imperio.

En absoluto son hombres sabios... ni por supuesto santos. Son trabajadores cuyo trabajo es la administración sin concesiones de una moral urbi et orbi. Burócratas de lo que se debe y no se debe hacer, carentes de la carismática capacidad santa de improvisar y reformar.

Los tiempos cambian y el cambio forma parte de un mundo que, en su propio modo de entender las cosas, es obra de Dios. Lo que no gusta ni encaja en los viejos esquemas... también es obra de Dios y es responsabilidad de un verdadero hombre sabio saber entenderlo y manejarlo, asimilarlo y no simplemente negarlo y prohibirlo.

Estoy impaciente por ver el modo en que el Consejo de Guardianes maneja el tema de las legislativas.

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