martes, septiembre 01, 2009














UP

Las películas de Pixar siempre parten de unos buenos planteamientos.

Como todas las historias que interesan a quién las escucha su núcleo central obtiene su energía de determinadas ideas fuerza que, a su vez, hunden sus raices en determinados arquetipos emocionales colectivos. De este modo, la historia también existe viva en alguna parte de la conciencia emocional del espectador y le predispone a escuchar porque, de algún modo, el relato se convierte en un espejo que en mayor o menor medida le refleja en sus posesiones o en sus carencias.

El discurso de Disney, eminentemente conservador en su superficie, siempre ha descansado profundamente en valores como la fe y la esperanza en las propias posibilidades, en la voluntad como agente catalizador de esa esperanza convertida en proyecto orientado a la consecución del propio deseo; aspectos que conectan todos con ese núcleo de arquetipos emocionales convirtiéndose, como mínimo, en una suerte de relato mítico de la sociedad de consumo norteamericana y postcapitalista del "self made man": si quieres y realmente lo deseas con todas tus fuerzas, puedes conseguir lo que te propongas.

A fines del siglo pasado, la superficie conservadora que, de modo consciente o inconsciente, se vehiculizaba en sus relatos comenzó a lastrarlos.

El público era otro. Y esa diferencia la supieron ver muy bien los creadores de Pixar que, de algún modo y sobre la base de un buen trabajo basado en las buenas historias y las ideas brillantes, se propusieron contraprogramar a Disney.

La oportunidad estaba ahí... pero el propósito era cambiarlo todo para que todo siguiera igual... porque Disney aunque esclerótico en sus historias seguía funcionando.

Las blancas historias de chico busca chica con vistas al matrimonio final o las historias protagonizadas por personajes ejemplares que constantemente encarnan de forma evidente los mejores valores de la sociedad industrial encontraron competencia fuerte en las historias de Pixar que suponían, primero, un cambio de perspectiva... No eran historias contadas desde los narradores para el público, de algún modo edificantes y dirigidas, sino historias más libres, contadas por y para el público, protagonizadas por muñecos y monstruos que abandonaban el anquilosamiento kitsch disneyano para tutear al espectador con una invariable buena onda basada en la actitud siempre positiva de sus protagonistas y en el buen humor... pero el núcleo de las historias seguía siendo el mismo.

La necesidad de superación, la esperanza, el sueño, el esfuerzo por conseguir lo que más se desea... La gran aventura de saber lo que se quiere e intentar conseguirlo que es la vida... La materia de la que todos estamos hechos.

Renovación en el contenido asociada a una renovación generacional a ambos lados de la pantalla que se tradujo, segundo, en nuevas historias protagonizadas por nuevos personajes, la mayoría de ellos anti-héroes con respecto a los esquemas clásicos del cine de animación.. y, por supuesto, nuevas tecnologías.

El resultado fue el éxito, pero también un branding lleno de valores positivos que colocaron al monstruo Disney a la defensiva. Primero, intentando parecerse de algun modo a ese competidor y, posteriormente, casi dejándose llevar por las leyes físicas del mercado capitalista, comprando Pixar.

Y el resultado está siendo espectacular.

Compartiendo ese corazón común, el musculo productor de Disney combinado con la cabeza creativa de Pixar no han dejado de producir en estos últimos años joyas cinematográficas cuyo valor se extiende más allá de los puros límites del cine de animación... Si el año pasado fue la maravillosa Wall-E (2008), ahora, en el 2009, aparece la no menos maravillosa "Up".

En ella, un hombre mayor acosado por las circunstancias tomará la decisión de realizar el sueño que desde la infancia compartía con su desaparecida mujer. Para ello contará con la ayuda de un divertido explorador infantil y de algún que otro personaje no humano.

Tengo que reconocer que me gusta mucho más la primera parte de "Up", en ella se desarrolla de forma pasmosamente eficaz un melancólico discurso sobre la vida y el paso del tiempo que resulta tremendamente emocionante y conmovedor.

La aventura mil y una veces aplazada por las necesidades y demandas de los días sucediendo como una silenciosa conspiración, la hucha mil y una veces rota, el progresivo envejecimiento de la pareja... Quizá treinta maravillosos minutos que dejan a Fredriksen, el protagonista, sólo y amargado, en una casa cerrada y oscura rodeada por una nueva ciudad dispuesta a devorarla.

La aventura empezará cuando Fredriksen se encuentre desesperado, entre la espada y la pared, y su única escapatoria se encuentre "up", en el azul del cielo, pero también en el indeleble azul de su viejo deseo.

El resto, lo que llamo segunda parte, y que es el resto de la película, será la inevitable consecuencia llena de entretenidas peripecias, humor e, incluso, un poco de acción... pero el vibrante corazón de la película está en esos estupendos treinta minutos que, por si solos, se bastan para dar de sentir y pensar al espectador.

Brillante y extraordinaria.

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