viernes, noviembre 27, 2009

OPERACIÓN SHYLOCK

No me entusiasma "Operación Shylock".

Sobre el papel, el planteamiento es interesante. El escritor Phillip Roth descubre que hay otro Phillip Roth suplantándole en Israel, empeñando su nombre en el estrafalario propio de sacar a los judíos de Israel y devolverlos, en camino de vuelta, a sus lugares de origen.

Irritado con ese "yo paralelo", Roth viaja a Israel para verse introducido en una confusa trama de intereses que no es otra cosa que el preciso reflejo de la propia situación confusa que vive el estado de Israel como realidad y como concepto.

Sobre la apariencia de un relato de intriga y misterio en el transcurso de cuyas páginas el verdadero Roth intentará descifrar descubrir los responsables del extraño juego que se está jugando con él, el escritor Roth despliega una interesante y heterodoxa reflexión sobre lo que ha acabado significando el estado de Israel.

Pero en el resultado es, a mi entender, patente que la trama y los personajes son una percha sobre la que Roth cuelga diferentes perspectivas, argumentos y planteamientos que le ayudan a componer el preciso retrato de la idea que el escritor quiere transmitir al lector. Un efecto colateral de este planteamiento es el carácter excesivamente discursivo que tienen algunas situaciones y personajes hasta el punto de que esta realidad termina, en ciertos capítulos, lastrando y haciendo farragoso el relato sumiendo al lector a un bombardeo de ideas ocultas tras interminables narraciones o reflexiones en primera persona.

A mi entender, el principal defecto de "Operación Shylock" es la descompensación evidente entre las proporciones de novela y ensayo que Roth añade a lo largo del relato. Un perfecto ejemplo de ese desequilibrio es ese Roth falso que de pronto desaparece de Israel del mismo modo inesperado en que apareció, como si el escritor no supiera muy bien qué hacer con él una vez que ha dicho su parte dentro del entramado de discursos que componen la intención conceptual del escritor.

La sensación final es evidente. Lo meramente narrativo se sacrifica en favor de lo discursivo. Los personajes aparecen por casualidad, de forma injustificada, dicen sus textos y vuelven a desaparecer.

Todos cuentan su historia. Se convierten en vehículo de la idea que representan y sólo parecen tener ese interés para el escritor, que los quita y los pone, que los trae y los lleva; un escritor que nos había propuesto al principio de la novela un interesante misterio por resolver, el de su alter ego, olvidando en favor del más importante misterio de Israel satisfacer las expectativas del lector con una planteamiento narrativo más interesante.

Y todo culmina en un último capítulo imposible en el que al autor parece haberse dado cuenta de que hay una narración que debe tener un final e intenta desesperadamente dar un sentido a la historia y a la propia novela, volviendo a jugar con realidad y ficción, en un ejercicio de prestidigitación que no funciona en absoluto y que no es más que otro largo e interminable discurso más.

Decepcionante y fallida.

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