jueves, diciembre 17, 2009










CÓMO ROBAR UN MILLÓN Y...

Nicole (Audrey Hepburn) tiene un padre cuya principal hobby es la falsificación de obras de arte, que de cuando en cuando dan salida en el mercado. El stock de obras falsas que la familia almacena en su palacete falsifica a su vez a su familia como importantes coleccionistas de arte. Esta fama atrae a Simon (Peter O'toole), un ladrón de guante blanco a quién Nicole sorprende una noche dentro de su casa... Además de esto, la familia de Nicole, en un incomprensible alarde de locura, cede su falsa Venus de Cellini para una importante exposición. Una consecuencia colateral de esa cesión es la inspección de la estatua por un famoso profesor especializado en autenticidades y falsedades... Buscando evitar la desgracia para su familia, la desesperada Nicole recurrirá a las artes de Simon pidiéndole que planee el robo de la estatua valorada en un millón de dólares.

"Cómo robar un millón y..." está en la línea de las comedias románticas que en la década de los sesentas del siglo pasado rodaron con gran éxito directores como Blake Edwards, Stanley Donen o Richard Quine.

Todas comparten un mismo tronco argumental... Como consecuencia de una determinada situación, en muchos casos criminal ("Charada"), un hombre y una mujer entran en contacto de forma azarosa, viéndose por algún ardid del destino impelidos a resolver esa situación de forma conjunta. Durante ese proceso, emergerá en paralelo una segunda línea argumental basada en la relación romántica que se establece entre ellos.

"Cómo robar un millón y..." está claramente en esa línea si bien uno tiene la sensación de que la historia podía dar más de sí resulta evidente. La película no es ni demasiado graciosa ni demasiado romántica ni demasiado emocionante. En todo momento resulta poco enérgica, como anémica y termina pasando con más pena que gloria ante los ojos del espectador confundiendo estilo con sosería.

Seguramente su director, William Wyler, uno de los grandes directores clásicos de Hollywood, no se sentía cómodo dentro de la comedia... y lo demuestra desaprovechando las grandes posibilidades argumentales y empleándolas para narrar una historia que no traspasa, que no llega, que se queda en ese limbo de historias perdidas que se abre entre la pantalla y el espectador.

Seguramente su protagonista, Peter O'toole, en el apogeo de su carrera, se sentía más cómodo protagonizando tragedias y dramas... y lo demuestra resultando demasiado frío, desaprovechando una y otra vez las mágicas sonrisas y miradas de Audrey Hepburn, que como siempre se mueve como pez en el agua en este terreno de la comedia romántica. Cada vez que aparece O'toole tengo al impresión de que está deseando que acabe la toma para irse a tomar unas cervezas con Oliver Reed y acabar durmiendo la mona en cualquier mesa de billar.

En cualquier caso, algo falla.

La historia lo tiene todo, incluido un sorprendente giro final, pero hay algo rutinario y funcionarial en el modo de entenderla y plasmarla que la perjudica, como si la simple combinación de una buena historia y los talentos de Wyler, O'toole y Hepburn se bastarán para obrar el milagro con su mera presencia mágica y catalizadora. Y no es así. La película, desde luego, se ve con agrado pero le falta ese algo especial que la convierte en la materia de la que están hechos nuestros sueños.

Desaprovechada.

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