martes, febrero 23, 2010

LA DANZA DE LOS MAESTROS DE WU LI

Me gusta leer libros de física. Encuentro estimulante su lectura.

No tengo formación en Física y hay muchas cosas que no comprendo, pero, aún así, los sigo leyendo. Y lo hago como si fuera poesía. Sobrevolando con la mirada el texto en busca de significados que llamen mi atención, que la seduzcan con la interesante forma de la idea que se asoma en las palabras que la dibujan sobre el blanco papel.

Para mi la Física es una especie de ficción científica de la filosofía, de las ideas que intentan dar cuenta de los aspectos más esenciales del mundo que nos rodea y en este sentido nunca me defrauda. Siempre encuentro trazas, puntos de fuga que abren el pensamiento a enormes e insondables territorios donde las cosas tienen otro nombre.

Y tengo que confesar que la lectura del libro de Gary Zukav ha sido una de las lecturas más estimulantes y entretenidas que he tenido en mucho tiempo.

Escrito en la década de los setentas del siglo pasado, no puede decirse que esté a la última. No se mencionan las supercuerdas ni las membranas. Pero si presenta de la forma más clara que he visto, algo que de por sí es complejo, incluso más que complejo puesto que su esencia está más allá de nuestra forma de percibir las cosas.

"La danza de los maestros del Wu Li" nos cuenta la historia del esfuerzo del hombre por conocer lo microscópico, un esfuerzo que le enfrenta a los límites de su capacidad para percibir las cosas y le sitúa ante la intuición de una realidad que está más allá del espacio y del tiempo y de la que dimanan estos dos a prioris de nuestra percepción en los que nosotros existimos como una consecuencia cuya razón de ser se nos escapa.

Y lo más fascinante del libro es que quizá la propia ciencia concebida como instrumento de conocimiento se nos queda corta para comprender algo que seguramente no pueda ser comprendido porque para hacerlo tendríamos que convertirnos en una Alicia que atraviesa un imposible espejo para situarse, si eso es posible, en un inconcebible otro lado.

Y ese otro lado parece ser una extraña red de energía con la que el único contacto que tenemos son las partículas, concebidas en el libro como puntos de rozamiento entre esa realidad y la nuestra producidos por nuestro esfuerzo por conocerla, la única manera en que podemos percibir desde este lado del espejo la incomprensible complejidad de esa realidad que, al mismo tiempo, es la base sobre la que se sustenta la nuestra. Porque no podemos estar seguros de que esas partículas existan cuando no estamos allí para mirarlas. Solamente que se nos aparecen como fantasmas cuando hacemos todo lo necesario para verlas, aceleradores de partículas incluidos.

Fascinante.

Pero esto no es todo, Zukav cree que, paradójicamente, la física conduce al mismo terreno de intuiciones de donde nacen las filosofías orientales más antiguas y utiliza algunos capítulos del libro para mostrarnos los sorprendentes paralelismos entre las concepciones hinduistas y budistas del mundo con la visión que de la realidad tiene la física cuántica. Y las conclusiones son sorprendentes de una forma muy, muy estimulante. La principal de todas que la comprensión del todo jamás será posible con la ciencia, que estará eternamente intentando comprender ese todo parte a parte, sino a través de mecanismos tan poco fiables para el hombre de hoy como la intuición y la sensibilidad.

"Los físicos empezaron a darse cuenta de que sus descubrimientos exigirían una reformulación radical de la mayor parte de los aspectos fundamentales de la realidad. Aprendieron a enfocar sus temas de un modo totalmente nuevo e inesperado, que parecía alcanzar un elevado sentido común y acercarse más al misticismo que al materialismo"
(Paul Davies)

Por todo ésto y por más, "La danza de los maestros de wu li" es uno de esos escasos libros capaces por sí solos de abrir un mundo al lector, en este caso, el mundo del infinito que permanece inalcanzable al otro lado del espejo que los investigadores de la física cuántica apenas alcanzan a tocar.

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