miércoles, marzo 31, 2010

Incluso durante la II Guerra Mundial las potencias del eje y los aliados mantuvieron canales más o menos regulares de comunicación a través de países neutrales como Suiza, Portugal o Suecia. Me viene a la memoria la participación de Nordling, el consul del país nórdico, en los sucesos que precedieron a la liberación de París.
No se trata de negociar, sino de contar con la certeza de la existencia de lugares que permitan hablar, que permitan transmitir al otro incluso la existencia de planteamientos firmes e inflexibles.
Forma parte del conflicto civilizado que el enemigo no tenga la sensación de sentirse acosado, de evitar generar en él la desesperación de sentirse entre la espada y la pared, sentimiento que puede llevar a planteamientos mucho más extremos que incrementen el precio del éxito mucho más de lo imaginado.
Con la independencia de la bondad o maldad ética de la causa, predicar la aniquilación total del otro es un error propio de bárbaros... No es una postura ni civilizada ni inteligente porque la desesperación suscitada en el otro puede conducir a planteamientos de terminales situaciones extremas que pueden implicar un triunfo que suponga un inesperado coste mayor... aunque, como el vencedor siempre escribe la historia, terminarán engrosando la ya interminable columna del debe del derrotado.
Y todo porque mucho más importante que las victimas sucedidas, y siendo muy importante su pérdida, todavía lo es mucho más el asunto de las victimas que aún no han sucedido y pueden evitarse. Cualquier otro planteamiento implica que las propias directrices están gobernadas por la oscuridad y la destrucción.
Teniendo siempre los límites claros, sin traicionar a la propia causa, los canales de comunicación, si son posibles, siempre son necesarios. Incluso para que sólo estén ahí y jamás sean utilizados.
Confundir negociación con comunicación es un planteamiento muy poco civilizado.
No me gusta que se practique esta confusión con el problema vasco.
No hay luz ni oscuridad sin los pequeños instantes de grisura que preceden a los atardeceres y amaneceres.

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