jueves, abril 01, 2010

INDIGÈNES

Cómo empezar...

Uno de los grandes inconvenientes de enterrar a Marx (como también se ha enterrado el pensar de personajes tan lúcidos como Nieztsche o Freud) bajo la duda de la mayor o menor adecuación de su pensamiento a los nuevos tiempos de este ahora totalitario y consumista mundo es olvidar el gesto esencial que supone su obra por encima de los detalles y rigores de su pensamiento.

Con mayor o menor acierto en el despliegue de la obra de cada uno de ellos, la principal moraleja que nos legaron estos pensadores es la necesidad de cuestionar la realidad en la que vivimos en sus aspectos más esenciales y estructurales.

La realidad siempre es una realidad para algo. Nunca existe porque sí.

Y hoy nadie cuestiona la realidad en la que vivimos. Desde un punto de vista del pensamiento, el fin de la historia es real. La crítica se ha convertido en un mero reformismo progresistas que, desde lo tecnocrático, busca pulir detalles, sin atacar causas esenciales.

No hay un cuestionamiento global del mundo en que vivimos... Y esta conclusión puede que aparentemente no tenga mucho que ver con una película que narra las injustamente olvidadas peripecias de los soldados magrebíes que lucharon en el ejército francés durante la II Guerra Mundial, pero sí lo tiene.

Al mostrar la injusticia del no reconocimiento del sacrificio que esos hombres hicieron por la que era entonces su madre patria, "Indigènes" está mostrando de forma clara la existencia de una realidad compleja cuyo intrincado entramado incluye estructuras de dominación que se manifiestan única y exclusivamente como modos de injusticia y explotación.

Sospechar de la realidad es la principal responsabilidad de la crítica política y social... sospechar de la palabra patria y de aquellos que la pronuncian antes de mandar a los soldados magrebíes a luchar por una bandera y un estilo de vida que no les respeta (pero que les necesita), pero también sospechar, ahora, de la palabra democracia y de aquellos que la pronuncian con demasiada frecuencia.

Si hay algo que Marx nos enseña es que en todas las épocas ha habido dominadores y dominados, que en todas las épocas los dominadores configuran las estructuras sociales y políticas sobre la base de su poder real para sacar ventaja del resto, que se convierte en simples piezas de la maquinaria.

Y las enmiendas no sólo atañen a concretas y determinadas partes.

La sociedad de consumo en que vivimos es la más perfecta estructura de dominación que vieron los siglos y lo es porque traslada la dominación al interior del propio individuo y lo es porque todos nos pasamos los unos a los otros el papel del víctima y el papel de verdugo y lo es porque, aunque casi siempre perdamos, siempre existe la posibilidad de ganar.

El campo de batalla se traslada de lo sociológico a lo psicológico. Al animal que todos llevamos dentro se le brinda la posibilidad se sentirse seguro, tranquilo y a salvo... y esa posibilidad siempre está ahí, aunque no se cumpla pendiente de la ficción de que el esfuerzo sincero y verdadero siempre será premiado... como el esfuerzo de los soldados magrebíes que, al final, terminan siendo utilizados por una estructura de dominación que utiliza las más hermosas palabras para halagar su deseo: la lejana e inaccesible Francia os necesita a vosotros pequeños agricultores del interior de Argelia. Y lo cierto es que, cuando las cosas se ponen complicadas, siempre hay clases. Al final, siempre hay un abajo y en ese abajo están los mismos de siempre, los humillados y los ofendidos cuyos zapatos siempre están manchados de barro... Pero esa es otra historia...

Volviendo a la película, "Indigènes" es un estupendo relato que cumple la función de salvar del olvido la contribución que aquellos humillados y ofendidos hicieron para el restablecimiento de un sistema que, en contrapartida, jamás ha querido reconocerles el esfuerzo de carne y sangre que sobre los campos de batalla de Africa y Europa hicieron.

Narrada desde la diferentes perspectiva de cuatro soldados de origen magrebí, "Indigènes" es el relato sobrio y ajustado de un drama que, de forma irónica, sucede en el mismo corazón de una epopeya, la de la lucha de las democracias contra el fascismo. Y, en este sentido, queriendo o sin quererlo, resulta pasmosamente reveladora.

Como si de una parábola bíblica se tratara, fascismo y comunismo absorbieron sucesivamente (y no sin razón) todos los pecados del siglo XX, permitiendo la erección de una imagen límpida y pura de las democracias occidentales capitalistas que ha hecho imposible toda crítica estructural sobre un determinado estilo de vida. Con la caída del muro de Berlín, Occidente desesperadamente ha corrido en busca de un antagonista y lo ha encontrado en las extensiones extremas del Islam. Necesitamos constantemente evocar a los comunistas y a los fascistas, especialmente a estos últimos, y probablemente lo hacemos porque contra ellos vivíamos mucho mejor, sin tener que asomarnos al espejo de nuestras propias contradicciones por estar constantemente ocupados en defender tanto en la teoría como en la práctica las bondades de nuestro estilo de vida frente a aquellos que acechan entre las sombras.

Y, en este sentido, resulta reveladora por paradójica la historia de estos soldados magrebíes a los que la Francia responsable de uno de los grandes hitos generadores del modo de vida occidental ignora en la larga cena de las recompensas y los elogios.

Extraordinaria.

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