martes, junio 08, 2010

CAMINO

No es en absoluto una película fácil.

Inspirada -por lo visto- en hechos reales, "Camino" nos muestra a lo largo de su metraje el progresivo e irremediable hundimiento de la niña protagonista en las profundidades del dolor y la muerte. Y en este viaje, Javier Fesser, su director, no escatima nada a la mirada del espectador.

La destrucción y el dolor están ahí, mostrando su brutal expresión deformada a quién quiera enfrentarla, pero, y al mismo tiempo, "Camino" nos muestra con la misma intensidad una presencia luminosa, el hermoso e incorruptible instinto de vida que la niña muestra hasta el último momento y que, de algún modo mágico e impenetrable, la mantiene intacta, a salvo de su propio drama físico, en un inaccesible lugar mental o espiritual de dirección imprecisa.

Es esta contraposición entre luz y oscuridad, entre destrucción y construcción, entre muerte y amor, entre fracaso y esperanza, la genial maravilla que esta gran obra maestra ofrece a quién se atreva a asomarse a su propuesta.

Pese a todo y contra todo, el personaje principal que da nombre a la película se mantiene libre, esperanzada, entregada en cuerpo y alma a su amor por Jesús, ese niño con el que apenas ha cruzado dos palabras y que todo su entorno confunden con el hijo de ese Dios que no existe y que tanto nos ama.

Por encima de sus circunstancias físicas, Camino siempre se las arreglará para volar sobre su tragedia y casi morir de amor con el encarnizado enemigo del cáncer a las puertas.

Hasta el último segundo y con el último aliento, Camino no faltará a su cita con su delirio de belleza.

Y es aquí cuando la película se revela como lo que, a mi entender, es: un encendido, extremo y también delirante cuento alegórico sobre aquellas cualidades del ser humano que, aparente o realmente (eso depende de cada uno), pueden convertirle en especial y divino... un difuso asunto de luz precariamente abocado a una firme mecánica de sombras.

Amo esta película.

No hay comentarios:

Publicar un comentario