jueves, diciembre 23, 2010


DESCARGAS

Es cierto lo que escribe Jesus Encinar en El Pais, que no se pueden poner puertas al campo. Las propias características de los soportes digitales en que se presentan los productos culturales en esta era digital favorecen su copia, su constante replicado de una forma incontrolada y en un mundo de consumidores consumidos en una intrincada selva de incesantes estímulos es inevitable que se busquen los atajos, que se cruce la línea que separa lo legal de lo ilegal.
La tentación está ahí y las propias características de los soporten la favorecen.
Y si existen las webs de descargas es porque hay una demanda, una realidad paralela emergente que la industria del ocio no podrá reprimir basándose en el planteamiento simplista de disfrutar todas las ventajas y tratar de evitar todos los inconvenientes que ofrece una determinada tecnología, inconvenientes cuyo calado va más allá de lo legal y se sitúa en el ámbito sociológico de generación de una nueva realidad a la que el derechod ebe adaptarse.
Y estaría bien medir la cantidad de estímulos, de llamadas al consumo que un consumidor de ocio cultural recibe al día por parte de una industria o industrias que sólo ha o han buscado el cortoplacismo, evitando en todo momento prever o invertir en nuevos modelos de negocio, innovando nuevos canales, nuevas posibilidades y nuevos productos. Han preferido esconderse detrás de los autores, victimas/tontos útiles y detrás de una labor legisladora de trazo grueso de la que la fracasada Ley Sinde es el último hito.
Y no es cierto que no existan alternativas.
La industria de la música, obligada por lo inevitable de las circunstancias que sugiero, se está reinventando, adaptándose a la nueva realidad de los nuevos consumidores, de los nuevos formatos y será cuestión de tiempo, las cosas terminarán volviendo a un cauce razonable.
Seguirá existiendo la inevitable piratería, pero los modelos de negocio serán viables.
El resto de industrias del ocio tienen ejemplos más constructivos que la mera legislación contra la carne que, como todos sabemos bien, es débil; aspecto que los consumidores de ocio también, yo el primero, deberíamos hacernos mirar.
Porque el consumidor no solo tiene derechos. También tiene deberes. Y se me antoja que uno de ellos ha de ser la obligación de retribuir de alguna manera a los autores con cuyas creaciones disfruta para hacer posible que siga produciendo más.
Al Cesar lo que es del Cesar y al autor lo que es del autor


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