miércoles, abril 13, 2011

ARO TOLBUKHIN: EN LA MENTE DEL ASESINO


No es que el director mallorquín Agustín de Villaronga haga comedias precisamente. Su cine es oscuro y complejo, intenta profundizar en los aspectos sombríos del ser humano, en los sótanos y en los desvanes de nuestro yo racional, descorriendo cortinas y abriendo baúles en busca de los motivos que explican el sufrimiento y el dolor. Y en este sentido, la infancia y la adolescencia como territorios donde las cosas siempre suceden por primera vez -y las huellas que dejan esos primeros acontecimientos permanecen para siempre guardadas en esos lugares de olvido- son los lugares donde se resuelve lo esencial de su cine.

Con "Aro Tolbukhin", Villaronga conjura de nuevo a todos sus demonios preferidos y sus obsesiones. Valiéndose de un formato documental combinado con dramatizaciones, el mallorquín intenta comprender las razones que llevaron al hungaro Aro Tolbukhin a convertirse en un asesino en serie en la Guatemala de principios de la década de los ochentas del siglo pasado.

Y como no podía ser de otra forma, la explicación siempre se encuentra al principio de todo, cuando todo comienza, con una historia heterodoxa y extrema que sucede más allá de los límites definidos socialmente para los sentimientos y con la familia convertida en fábrica de tullidos como terreno de juego.

Como una vez dijo Hunter S. Thompson, sólo los que han estado más allá de la línea saben en qué consiste estar allí... pero jamás regresan y el protagonista de esta película es uno de esos personajes que fueron más allá y no pudieron regresar. Y Villaronga quiere mostrarnos sus razones, describirnos los tonos que componen el aroma corrupto destilado por esta flor del mal con aspecto de ser humano.

No se trata de si este personaje existió o no, que es un debate que acompaña a esta película desde su estreno. El interés de Villaronga es mostrar las causas del mal infringido: el insoportable dolor, la traicionera soledad que a veces lleva a las personas a convertirse en monstruos casi sin quererlo, poco a poco, a base de mucha ausencia de amor y de mucha presencia del sufrimiento.

En las raíces del mal, siempre hay un mal infringido.

Su planteamiento nunca será mayoritario.

Brillante.

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