miércoles, agosto 03, 2011

LA DOCTRINA DEL SHOCK


Después de dirigir la más que estimable y desapercibida "Génova", un drama familiar intimista con el desarraigo como agente acelerante, el camaleónico Michael Winterbottom se centró en un documental de denuncia del neoliberalismo basado en el libro homónimo de Naomí Klein.


El documental indaga en la sórdida historia de los esfuerzos por imponer el capitalismo salvaje y aborda la figura de Milton Friedman, gran figura de la escuela monetarista de Chicago y principal suministrador de la coartada teórica de la que se ha valido esta forma brutal de gestión de la economía para imponerse a lo largo de los años.

Uno de los principales puntos de la película es el hecho incontrovertible de que el sistema económico que propone la economía monetarista genera sociedades desiguales en las que el dinero se concentra en pocas manos y la distancia entre ricos y pobres crece. Las sociedades monetaristas instauran una suerte de darwinismo económico en el que el fuerte lo tiene todo mientras que el débil debe conformarse con las migajas. Se instaura una mentira estadística de riqueza macroeconómica que oculta una microrealidad desigual y conflictiva.

Y ante esa realidad Friedman se enfrenta de un modo teórico, casi fascista, que pide cuentas a la realidad frente a la pureza cristalina de una teoría confortable en su abstracción autoexplicativa. Friedman siempre practicaba una huida hacia delante que achacaba las contradicciones a la no existencia de un modelo neoliberal 100% puro. Reclamaba más veneno convencido siempre de estar en la verdad, convertido en un fundamentalista ayatollah de su propio pensamiento.

Y la crisis global que todavía vivimos mucho tiene que ver con todos esos hijos de Friedman que confunden realidad con teoría y reclaman libre mercado olvidando que el ser humano no es una máquina utilitarista sino un animal cuyos instintos no siempre son fáciles de someter.

Para los monetaristas el egoismo individual, la persecución del propio beneficio, genera el bienestar colectivo. Recuerdan esa mano invisible de la que hablaba Adam Smith, pero olvidan que otro gran economista clásico como fue David Ricardo en absoluto estaba de acuerdo con ese idealismo de Smith y consideraba la posibilidad de intervención de los mercados... precisamente porque estaban constituidos por seres humanos y del mismo modo que había policías en las calles también debería haber algún tipo de control en los mercados, un espacio especialmente abonado para esa avaricia que rompe el saco y que nos está llevando a todos por ese agujero convertido en sumidero.

También olvidan que el pensamiento de Smith se cierra con un pequeño librito llamado "Teoría de los sentimientos morales" en el que el escocés desarrolla y profundiza en ese concepto de mano invisible haciéndolo no precisamente en una dirección que a Friedman y a sus hijos les parecería aceptable. Para Smith no hay sociedad posible sin empatía, sin la capacidad psicológica de ponerse en el lugar del otro. Y uno tiene la impresión de que el hombre ideal de Smith podría dejar de ganar dinero por juzgar que está ganando demasiado, por valorar que está comprometiendo de forma innecesaria la situación de otros o por considerar que puede estar perjudicando ganancias futuras.

Planteamientos y actitudes morales de este calado son los que hacen posible la existencia de esa mano invisible. Cada individuo, desde la cordura racional, es el garante de la propia riqueza pero también de la de los otros.

Planteamientos que seguro provocarían carcajadas en esos atildados ejecutivos de Merryll Lynch que ya van por la cuarta casa de campo en Staten Island y que pronuncian con enorme seriedad y concentración los mantras de esta gran mentira de nuestro tiempo que es el liberalismo, pura y absoluta coartada para que lo peor de los instintos del ser humano tengan lugar.

Sólo esa brutal ignorancia animal, casi siempre revestida del celofán de la más exquisita de las educaciones, explica la triunfante existencia de individuos que aspiran a disfrutar de su enorme riqueza en burbujas de bienestar aisladas de un mundo esquilmado y deprimido.

Se trata del pasmoso espectáculo pornográfico de la falta de racionalidad de una ideología que precisamente se vanagloria de lo contrario, una ideología que nunca ha sido otra cosa que la coartada para que el animal económico campe por sus respetos, un Jeckyll que ha conseguido convencer a Hyde de que no debe ser controlado.

La realidad es el enriquecimiento irresponsable a cualquier precio.

Todo esto y más en un interesante documental que Winterbottom rueda con su habitual maestría.

Imprescindible.


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