sábado, octubre 15, 2011

EL ILUSIONISTA

Tiene bastante de culminación y cierre dentro de la obra de Tati esta historia alegremente triste que el francés Sylvain Chomet ha llevado a la pantalla.

A veces hay proyectos, ideas, que acompañan a sus creadores durante toda su vida, protagonizando los momentos entre proyecto y proyecto, apareciéndose dentro de los mismos proyectos, como uno de esos amores malditos e imposibles de los que hablan las novelas, sin poder encontrar el momento y la oportunidad para realizarse.

Nacido como artista en el ya desaparecido "music hall" y habiendo asistido a su desaparición durante la segunda mitad del siglo pasado, a su reemplazo por modos de entretenimiento más acordes con las necesidades e intereses de los tiempos, "El ilusionista" fue un proyecto que acompañó a Tati durante bastantes años de los últimos de su vida.

El protagonista es un mago, un artista del music hall que busca donde actuar en una forma de entretenimiento que agoniza. Ese continuo vagar cada vez más extremo le conducirá a un perdido pueblo de Escocia donde conocerá a una niña que creerá a pies juntillas la magia que el mago representa, convirtiéndose en su mejor y más fiel espectadora cuando precisamente son los espectadores lo que escasea.

Entre ellos se establecerá una hermosa relación paterno filial basada en la necesidad que ambos tienen de la magia.

Jacques Tati creó y encarnó a Monsieur Hulot, un personaje estirado y curioso que a lo largo de toda la filmografía del creador y cómico francés se desplaza por la pantalla en constante conflicto con el nuevo mundo moderno y tecnológico de la postguerra mundial.

Seguramente, el enfrentamiento que el protagonista de "Mon oncle" tiene con la moderna y avant garde casa de sus hijos resuma un poco ese eterno conflicto de Hulot con las cosas que parecen pasar de elementos constitutivos del entorno a verdaderos protagonistas, como así sucede en la dialéctica de la sociedad de consumo y el propio Tati presenta también en la absurdamente taylorista organización de la fábrica de coches en "Trafic"

En "El Ilusionista" esas cosas parecen vencer al dibujo que miméticamente representa al milímetro al propio Tati en un prodigio de encarnación o, mejor dicho, "endibujación".

Porque no es que pase el tiempo y el mago y su número hayan envejecido, sino que además se han vuelto obsoletos.

No es que los tiempos les hayan superado... mucho peor, es que ya no los necesitan.

Y en este sentido "El ilusionista" se convierte en un melancólico relato triste sobre la aceptación de un destino que llega impuesto desde fuera, un destino que es aceptado con el protagonista con la misma naturalidad y profesionalidad con que es aplaudido o abucheado por su público.

Seguramente porque ese "no servir" que la obsolescencia implica no supone un "no valer" o un "no ser" para el personaje quién, a diferencia de otros que terminan perdidos en la primaveral Edimburgo donde sucede casi toda la película, parece tener siempre un lugar al que volver, ese lugar sin límites que es el seguir más adelante en el camino.

Extraordinaria.