sábado, octubre 29, 2011

"El nuevo jefe del estado empleó los títulos de «Generalísimo» y de «Caudillo», quizá por afinidad con el usado por los líderes fascistas italiano y alemán. También solía hablar de un estado totalitario, aunque es dificil saber qué entendía por tal: no la supeditación general de la sociedad al estado, como en el régimen nazi o el soviético, sino más bien la intervención decisoria del estado en la regulación de los conflictos socioeconómicos. Esto le llevaba a simpatizar con el fascismo y con el nazismo, el cual aún no había mostrado sus peores facetas y se presentaba también como un régimen superador tanto del peligro comunista como de la democracia liberal."
(Los mitos de la guerra civil, Pío Moa)

Moa en estado puro... No le parece suficiente con que Franco, el hombre fuerte de los rebeldes, hablase de un estado totalitario y no de una democracia. También sorprende la ausencia de calificativos negativos tan frecuentes en otros pasajes de su obra para el sustantivo totalitario.

El totalitarismo de derechas no parece suscitar la misma irritación moral en Moa que los totalitarismos de izquierdas para los que es pródigo en calificaciones negativas, carnaza para unos lectores que encuentran lo que desean leer.

Franco habla de totalitarismo como el que habla del tiempo... silencio (canta un grillo)... y además hay atenuantes que vienen enseguida:

- Primero dice que es difícil saber lo que Franco entendía por totalitario y luego, tras los dos puntos, hace una afirmación de certeza olvidando esa duda, una certeza que por supuesto es una cualidad positiva y atenuante: intervención estatal en la economía... y sin decir en qué documento se basa para hacer semejante información.
Resumiendo: para Moa Franco no era fascista sino keynesiano
- Después declara que Franco es simpatizante del fascismo y nazismo, pero con otro atenuante, el de no conocer todavía su verdadero rostro. Aspecto que no es tan criticable por si mismo como por el hecho de que los otros no tengan ese mismo beneficio de la duda. Por supuesto no cabe la menor duda de lo contrario, de que Largo Caballero conocía el verdadero rostro de su utopía.