domingo, octubre 16, 2011

LA NOCHE DEL URO


Ni siquiera llega a la condición de obra incompleta.

“La noche del Uro” es poco más que una carpeta llena de notas, recortes, cartas, bocetos y ocho capítulos que se corresponden con la infancia de Grieben, el protagonista. Una carpeta en la que Dalton Trumbo fue acumulando mimbres de lo que siempre pretendió fuera la más ambiciosa de sus obras.

Hurgando en la carpeta se descubren cartas que tienen párrafos donde el autor presiente la importancia del texto cuyas sombras se le escapan de entre las manos, mientras continúa con el día a día de su existencia como escritor de guiones para el cine.

Casi dos décadas hasta su muerte acaecida en 1976 estuvo Trumbo viviendo la imposible persecución de ese texto.

Como escritor de películas Trumbo gozó de un reconocido prestigio en su tiempo hasta la llegada del macartismo. Entonces Trumbo fue represaliado  e incluso llegó a pasar un año en la cárcel. Su carrera se vió afectada tuviéndo que firmar guiones con seudónimo y necesitando de ayuda de amigos de verdad como Otto Preminger que decidieron contar con su talento sin tener en cuenta las posibles consecuencias.

Esta circunstancia dramática le redujo a niveles casi de supervivencia, lo que perjudicó su continuidad como escritor para tareas que no fueran más allá de la necesidad de escribir para vivir. Aspecto que confiesa a amigos editores en alguna de esas cartas que se caen de la carpeta y que, Trumbo también reconoce, afectó a la escritura de  “La noche del Uro”.

¡Áspero mundo!

No obstante, "La noche del Uro" también fue un proyecto que exigió de él, como víctima que fue, un gran esfuerzo. Trumbo también verbaliza en sus cartas y notas las constantes dudas que le generaba el texto al exigirle ver las cosas desde la mirada sin remordimientos del verdugo.

En cualquier caso, "La noche del Uro"  fue un proyecto obsesivo que llenó los tiempos muertos entre película y película y, posteriormente entre enfermedad y enfermedad, convertido en un inmenso e interminable crucigrama, al que Trumbo dedicaba el poco tiempo libre del que fue disponiendo en una especie de relación de amor-odio que el escritor sentía hacia el texto, su personaje y la necesidad que sentía de contar la historia de una manera que se le antojaba imprescindible para comprender y comprendernos. Prueba de ello es el hecho curioso de que el Grieben, el protagonista, padezca y muera de la misma enfermedad que terminó acabando con la vida de Trumbo, como si las identidades de autor y protagonista terminarán confundidas a fuerza de pensarse juntas en el tiempo.

“La noche del Uro” es una obra ambiciosa cuyo tema se desplaza sobre el peligroso filo de la navaja moral.

Cuenta la historia de un monstruo cuyo nombre es Grieben, asesino de judíos y carcelero en Auschwitz, buscando presentarle precisamente no como un loco o una bestia sino como un ser humano que, desde el mal, tiene también sus razones.

En alguna de las cartas, Trumbo muestra su incomodidad con el hecho de considerar como locos y bestias a esos asesinos, renunciando a asomarse al oscuro abismo de esa naturaleza humana que es capaz de lo mejor pero también de lo peor. Para Trumbo negarles la humanidad es lo fácil, lo difícil es aceptar el lado oscuro de nuestra naturaleza que necesariamente implica la existencia en todos y cada uno de nosotros la posibilidad de convertirnos en un monstruo para otros.

Lo difícil como escribió Jung es aceptar nuestra sombra. 

Y es una lástima que Trumbo no consiguiera terminar una historia que aborda un asunto tan complicado como esencial, una historia cuya lectura quizá hubiera aportado más información para ayudarnos a todos a entender el convulso y violento siglo XX de las utopías, cuya última etapa, la del neoconservadurismo, estamos viviendo.

En cualquier caso, y desde una lectura fragmentaria, merece la pena enfrentarse a  “La Noche del Uro”. Un texto duro, sin concesiones, en el que brilla la luz negra de Grieben, abandonado a sus deseos, pensamientos y emociones con la heterodoxa naturalidad de un salvaje. Un texto difícil de olvidar una vez se ha probado su veneno y en el que se puede intuir el confuso sonar de los perdidos pasos de una gran obra.