sábado, diciembre 31, 2011

DRIVE

Al final lo único que queda, seguramente lo único que se puede rescatar de los restos del naufragio de una vida, es la capacidad para realizar perfectamente una determinada tarea.

Muchas historias estupendas se han construido sobre el mito de este "profesional" de rostro impenetrable que sin pasado ni futuro vive lo que parece ser un eterno presente entregado a lo único que le queda, quizá esperando a que algo suceda, quizá no.

El protagonista de "Drive", cuyo nombre nunca llegamos a conocer, es uno de esos personajes misteriosos como el samurai de Jean Pierre Melville o el jinete pálido de Clint Eastwood.

En su última película, el difícil Nicolas Winding Refn vuelve a dar la razón al viejo Godard quién en su momento dijo que para hacer una película sólo hacían falta una pistola y una chica.

"Drive" es una hermosa y violenta película que mezcla con acierto el mito del profesional con una historia de cuentas pendientes y fracasos en la que apenas hay una pistola... más bien un martillo, y una chica.

El protagonista es un enigmático conductor que sin inmutarse vive balanceándose en la línea que separa lo correcto de lo incorrecto, lo legal de lo ilegal. Azares de la vida pondrán en su camino a una madre y a su hijo y más adelante al marido y padre quién traerá consigo una de esas deudas imposibles de pagar que pondrán en peligro a la mujer y al niño.

Y para salvarles, el protagonista se implicará hasta el punto de descubrir facetas de su manera de ser que resultarán contradictorias con la bondad que en un principio el protagonista parece acreditar ante el espectador.

"Drive" es un tremendo thriller "cool" en el que los silencios son casi tan importantes como las palabras y en el que el mal termina convirtiéndose en un instrumento para hacer el bien frente a los malvados. La hermosa y terrible a partes iguales escena del ascensor se encarga de poner por obra esa contradicción que, a mi mirar, resulta irresistiblemente bella.

Y eso es lo mejor que para mi gusto tiene "Drive", que uno acaba teniendo miedo de un protagonista capaz de hacer todo lo que hace, a su sanguinaria manera, por salvar a las dos personas que quizá le hayan recordado al protagonista que aún queda un poco de corazón debajo del rostro angelical de esa bestia que Ryan Gosling compone con magistral acierto.

Porque los monstruos también son capaces de amar, quizá más y mejor que nadie por su propia condición.

Y cuando todo lo demás no importa es cuando se ama de verdad.

Obra maestra.




PD:
Sólo el talento de Winding Refn es capaz de incluir en esta película tan áspera una canción tan glúcida como está... Riz Otorlani con Katyna Ranieri... ¡tela!



Y convertirla en esencial...

Un tipo a seguir.

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