domingo, mayo 20, 2012

NADER Y SIMIN: UNA SEPARACIÓN


A veces los premios valen para algo.

El hecho de que haya sido premiada con el Oso de Oro del Festival de Berlin y con el Oscar de Hollywood a la Mejor Película de Habla no Inglesa (o, lo que es lo mismo, premiada en Europa y en Estados Unidos, por las dos maneras de entender el cine en los que -concebidos como polos extremos-, se desarrolla el discurso cinematográfico actual), nos da una idea de la calidad cinematográfica de esta película iraní.

Porque es incontestable el valor cinematográfico en toda la extensión de la palabra de "Nader y Simin: una separación", una obra que conecta al cine de manera directa con sus orígenes, con su capacidad para generar imágenes que muestran una realidad, un mundo.

El efecto de verdad, de realidad, que tiene esta película resulta arrollador para la mirada del espectador que se ve sumido en una pequeña historia con toda la complejidad que tiene la vida misma que sucede en el lejano Teherán de nuestros días.

Nader y Simin no se entienden. Ella quiere dejar el país para poder dar un mejor futuro a su hija y él no puede marchar porque siente la necesidad de cuidar de su anciano padre aquejado de Alzheimer. Y como consecuencia de ese desencuentro Simin abandona su casa en un último y desesperado gesto de convencer a Nader, quién se verá obligado a contratar a alguien que cuide de su padre durante el día, mientras él está en el trabajo. A tal fin contratará a Razieh sin saber que los problemas personales de la mujer se añadirán a los suyos para hacer su vida aún más difícil de lo que ya es.

Desprende talento por todas partes esta película, el talento de su director Asghar Farhadi y de un reparto coral de actores, que se las arreglan para producir el inmenso milagro de la transmutación de la ficción en realidad. Porque si algo tiene este melodrama casi costumbrista es un poderoso efecto de realidad que engancha la mirada del espectador desde el primer momento y le implica en un proceso de intensidad creciente en el que se ventila algo que tiene un valor universal: la complejidad de las relaciones humanas.

Una complejidad que es susceptible siempre de enturbiarse aún más con el peso que los sentimientos y las emociones siempre juegan y cuyo efecto siempre se traduce en la aparición distorsionante de la verdad, la mentira, las medias verdades y las medias mentiras.

Y parece que están demasiado lejos, viviendo en su Teherán oscuro y fundamentalista, y al final resulta que están muy cerca, que son como nosotros que también nos hemos subido alguna vez en esa "ronde" de aciertos y equívocos en el que lo que se puede ganar o perder matiza todas nuestras acciones por las emociones que genera.

Y este es el segundo aspecto que, en mi opinión, cifra el inmenso atractivo de esta película: su carácter universal desde una localidad que afirma orgullosa su carácter diferencial ante el mundo. La gente vive sus vidas en el Teheran islámico y sus vidas no son en lo sustancial demasiado distintas a las nuestras... aunque luego como siempre vengan con la noche los escuadrones tristes, los heraldos negros, con sus matizaciones que ansiosamente buscan el desencuentro y la diferencia para dejar las cosas en su lugar: nosotros arriba y ellos debajo.

Pero el canto a la igualdad desde la diferencia que respira como un feto dentro del vientre de esta historia ahí está para el que quiera tener el valor y, ahora que se habla tanto de ella, la responsabilidad de escucharlo.

Abandonar la soberbia de creerse el Dios verdadero siempre ayuda.

Obra maestra.

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