sábado, mayo 04, 2013

ELEPHANT

Conceptualmente considero que tienen el mismo origen esta "Elephant" de Gus van Sant, que relata la desgraciada matanza de Columbine, y "La cinta blanca" de Michael Haneke, que narra una serie de incidentes violentos que asolan lo que, a simple vista, parece la pacífica vida de una población prusiana.

En todo caso, y a mi entender, ambos son relatos que pretenden invocar el esquivo espíritu de la violencia estructural.

Haneke y Van Sant tienen diferentes maneras de contar, no demasiado opuestas tampoco, pero sin duda ambos coinciden en un planteamiento descriptivo que busca presentar esa realidad tal cual es con la esperanza de que en ella se muestren también las fisuras a través de las cuales emerge el demonio de la violencia estructural.

En la película de Haneke el vehículo era la voz objetivante de un narrador que recuerda los acontecimientos desde la distancia que da el tiempo, un narrador que curiosamente forma parte del paisaje, que no asevera ni concluye, limitándose a generar una dinámica narrativa de hechos que permite que las imágenes hablen por si solas.

En el caso de "Elephant", Gus van Sant recurre al plano secuencia y la steadycam para seguir a los personajes dentro de la realidad que pretende mostrarnos.

Y en este sentido, "Elephant" es una película muy inspirada, muy brillante en la manera de narrar. Gus van Sant consigue un prodigioso y mágico efecto documental por el que la mirada del espectador flota detrás de los personajes y entre ellos. El resultado es la presentación de un ambiente cotidiano, el de la ciudad de Columbine y del instituto de Educación Secundaria donde dos de sus estudiantes perpetrarán una enloquecida matanza entre sus propios compañeros.

La cámara transfigurada en mirada objetivante sigue las trayectorias de una serie de personajes, victimas y verdugos, supervivientes y asesinados cuyos caminos se cruzan y entrecruzan en una delicada coreografía de líneas temporales sucediendo como trama en torno a la mañana de la matanza.

El resultado es pasmoso desde un punto de vista narrativo, pero lo es mucho más desde el momento en que, a través de ese efecto de realidad tan puro que van Sant consigue, se filtra la presencia oscura de una cierta tensión que preside el existir de todos y cada uno de los personajes.

En la inanidad de las historias que la mirada del espectador espía se transparenta un demonio nada extraño, un demonio que todos conocemos y cuya razón de existir tiene que ver con la desigualdad y la complejidad de las relaciones sociales en los mundos que vivimos.

La frustración, la ansiedad y la desesperanza flotan transparentes por los parques y los pasillos del colegio de Columbine y en este sentido hay dos momentos relevantes: aquel en que Elías llora sin saber por qué y aquel en el que Alex, uno de los asesinos, tras interpretar maravillosamente a Beethoven le enseña un dedo. Y en este sentido, ambos personajes representan el ángel luminoso y el ángel oscuro, dos maneras diferentes de procesar un modo de vivir que en realidad no es sano.

Para van Sant el crimen de Columbine no sólo es un delito sino también un síntoma, una manera extrema de procesar una frustración generada por un sinsentido que cae a plomo, de manera implacable y sin dejar la menor opción, sobre los individuos que lo habitan.

Y en este sentido, lo más terrible de Elephant es que se trata de algo más que un relato de buenos y malos.

Obra maestra.


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