lunes, junio 24, 2013

EL HOMBRE DE ACERO

Es curioso.

"El Hombre de acero" es una película que deja de interesarme conforme avanza.

Tras un nuevo y bastante loco Krypton, que resulta entretenido sólo por el alarde visual que supone la recreación de la vida en el planeta original del superhéroe, aparece lo que es, para mi gusto, la parte mejor de la película: la forja de la conciencia de héroe en el hijo de los Kent.

En este sentido, recurriendo al flashback, la película se las arregla para contar la misma historia de una manera no previsible y, lo que es más importante, consigue ser emocional cuando se lo propone. En esta parte, la del conflicto y la identidad en el superhéroe, radica lo más atractivo de una película que consigue emocionarme con alguna de sus mentiras verdaderas con el mismo arte con que lo haría un experto timador.

Me gusta mucho la presencia del Jonathan Kent que interpreta Kevin Costner, en su novedosa muerte radica uno de los picos emocionales de la película, y me gusta mucho más la Martha Kent que interpreta Diane Lane con su habitual encanto mágico de siempre...

Habría mucho que decir de Diane Lane... Si lo de Sugar Man es un escándalo, no es menor asombro el poco partido que el cine ha sacado de esta estupenda actriz a quién, desde su maravillosa aparición en "Rumble Fish", allá en los ochentas del pasado siglo, estos ojos que la contemplan no han dejado de encontrar preciosa.. pero esa es otra historia.

Centrémonos.

Nos habíamos quedado con el héroe viviendo el conflicto de su propia condición, dudando si salir o no del armario de los superhéroes, rodeado de actores estupendos como Russell Crowe, Kevin Costner o Diane Lane para insuflar emocionalidad a sus estereotipados papeles, pero luego todo se complica.

Llegan los malos, el ruido, la furia y el relato se desviste de toda su tramposa pero eficaz emocionalidad para mostrarnos su verdadera realidad de frío espectáculo de efectos especiales a granel, una enloquecida montaña rusa en la que uno termina mareado con tanta explosión y cuyo exceso lleva a "El Hombre de Acero" a pisar la peligrosa línea que separa lo serio de lo ridículo. En algún momento, creí ver al Coyote y al Correcaminos entre tanta caída, golpetazo, explosión, pero quizá sólo fueron imaginaciones mías.

En cualquier caso, y pese a sus excesos (que son también su principal defecto), "El Hombre de acero" es un buen producto del cine como entretenimiento, un producto que consigue deslumbrar al espectador con sus luces largas mientras éste cruza despreocupado la carretera  y se lo lleva por delante antes de que le de tiempo a pensar qué diablos está haciendo ahí.

Y luego está esa partitura coral y sinfónica que más de una tarde de lectura me va a arreglar.

Entretenida mientras no empiecen a pelearse esos broncas de Krypton.



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