jueves, julio 18, 2013

El hombre que ríe

Es interesante la posición que ocupa lo monstruoso dentro del Romanticismo.

Personajes como el "Frankenstein" de Mary Shelley o el Quasimodo de "Nuestra Señora de París" o el Gwynplaine que protagoniza esta "El hombre que ríe", ambos surgidos de la fértil y talentosa mente de Victor Hugo representan el lado oscuro del individualismo, una de las principales señas de identidad del movimiento romántico.

De todo modo los monstruos representan la individualidad condenada, la individualidad irremediable, sin posibilidad de marcha atrás porque la propia apariencia relega a la separación y a la diferencia. Y no sólo la individualidad sino las consecuencias de la misma vivida en su manera más extrema: la soledad, la incomprensión, el rechazo...

Asi, el monstruo se convierte en una hiperbólica metáfora que habla de las consecuencias, casi siempre negativas, de la individualidad como exceso.

En "El Hombre que ríe" un noble enfrentado a al rey Jacobo II de la dinastía Estuardo perderá la batalla. Será condenado a muerte y su hijo cruelmente desfigurado. Por indicación del cruel Barkilpedro, el bufón del rey, unos gitanos dibujarán una sonrisa eterna en su rostro. El niño conseguirá salvar la vida al ser recogido por Ursus, un feriante. Con el tiempo el niño se convertirá en Gwynplaine, el hombre que ríe, una atracción de feria cuya fama conseguirá atraer hasta a los fantasmas de su cruel y trágico pasado.

Dirigida por Paul Leni, en 1928, "El hombre que ríe" es una superproducción del final del cine mudo protagonizada por Conrad Veidt, uno de los grandes interpretes del cine expresionista alemán que acabó siendo el inolvidable Mayor Strasser en Casablanca y que en esta película realiza un talentoso trabajo de expresividad e intensidad memorable para encarnar al monstruo Gwynplaine. Hasta el punto de que una vez vista la presencia de Veidt se vuelve inolvidable, siendo la confesada inspiración para la creación del personaje del Joker por parte de los creadores de Batman, el héroe del comic.

Tengo que decir que en lo sentimental la película quizá se ha quedado un poco antigua, especialmente en lo que tiene que ver con la atildada y excesiva expresión de los efectos, pero, y superado ese inconveniente, la película se deja ver con interés en todo momento constituyendo una magnífica muestra del sistema de estudios de la época dorada de Hollywood.

El film tiene momentos sombríos e inquietantes en los que Leni, escenógrafo y director de la época expresionista del cine alemán, muestra todas las posibilidades de su malogrado talento, murió de sepsis en 1929, para construir imágenes afiladas e inquietantes hechas de luces y sombras. También brilla por su presencia algún que otro movimiento de cámara inteligente, hallazgos de los que ya no se dan, como un travelling en subjetivo para expresar la entrada de un personaje en una estancia y alguno más.

El resultado es un entretenido espectáculo que la magnética presencia del monstruo Gwynplaine/Veidt protagoniza de principio a fin en su esfuerzo por escapar de lo que parecen eternas consecuencias, incluso grabadas en su rostro, de un pasado trágico.

Entretenida.


No hay comentarios:

Publicar un comentario