jueves, julio 04, 2013

La hierba errante

Siempre me pregunto cuál es la magia que hace al cine de Ozu tan especial, tan único, tan excepcional.

Hace poco leía una entrevista a Tonino Guerra, guionista de genios como Tarkovski o Angelopoulos y uno de los grandes autores del cine europeo sin haber dirigido una sola película, en la que decía que le gustaría decirle a la gente que hay muchas cosas en la vida que no tienen precio, cosas mínimas, milagrosas, que ya casi nadie ve. Y la respuesta a mi pregunta sobre Ozu empieza aqu porque creo que el principal talento del maestro japonés es conseguir que esas cosas pequeñas, que no tienen precio, se muestren.

Todas sus películas son una suerte de invocación, una llamada a esos dioses de las pequeñas cosas que habitan transparentes las existencias de sus personajes... y por extensión de las nuestras.

Las historias de Ozu proponen una superficie lisa y calmada, que destila suavidad y quietud y la magia también radica en esa ilusión de transparencia, de verdad y realidad que el maestro japonés generar; transparencia a través de la cual el espectador cree poder ver esos pequeños dioses de las pequeñas cosas, buenos y malos, actuando sobre los personajes, buenos y malos, devenidos casi a autenticas personas.

El resultado no sólo es un relato sino también una atmósfera que es propicia para la presentación transfigurada de una verdad, una sensación de totalidad proyectada en el tiempo que siempre transcurre implacable e inasequible convertido en un elemento constitutivo de esa realidad pero también en otro personaje más que arrebata o concede.

El cine de Ozu es experiencial, apela a la sensibilidad del espectador y no tanto a su inteligencia presentándose como un misterio que se ofrece en toda su complejidad para ser observado, seguramente interpretado y sólo quizá descifrado... por cierto, como la vida misma.

"La hierba errante" es otra obra maestra más dentro de la filmografía de Ozu.

Dirigida en 1959 es una de sus últimas películas y nos presenta a una compañía teatral visitando, durante su interminable gira, un pequeño pueblo costero. Allí, el primer actor de la compañía esconde una parte de su vida que ha tenido celosamente guardada para el resto de los integrantes de la misma. El descubrimiento de ese secreto significará un antes y después en las relaciones que mantienen los miembros de la compañía.

Dentro de un reparto coral de grandes actores, la magia del cine de Ozu descansa también sobre el talento de los buenos actores, destaca la presencia de la gran Machiko Kyo y de la preciosa Wakao Ayako, por lo visto (y con toda la razón) una de las bellezas del cine japonés de los sesentas del siglo pasado.

A veces, me gustaría vivir dentro de una película de Ozu

Obra maestra.


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