sábado, noviembre 16, 2013

El juego de Ender

Publicada en la década de los ochentas, ganadora de los premios más prestigiosos de la ciencia ficción, el Hugo y el Nebula, "El juego de Ender" fue en su momento todo un acontecimiento literario.

Su autor, mormón y más que conservador, Orson Scott Card -un tipo por el que no se si estaría dispuesto a morir para defender que pueda expresar sus ideas- construyó un planteamiento narrativo más que inteligente.

Sobre el imaginario de la literatura infantil, esa literatura infantil que contrapone el mundo de los niños al de los adultos mostrando la necesidad que el segundo tiene de la excepcionalidad del primero, Card superpuso una capa que, con intuición visionaria, invocaba el incipiente imaginario de los juegos de ordenador.

La fantasía se realizaba.

La verdad virtual del juego se convertía en real y el aparentemente inocente e improductivo juego se convierte en la mejor y más eficiente manera que los adultos encuentran para resolver problemas acuciantes y reales, en este caso, enfrentar una invasión extraterrestre por parte de unas criaturas insectoides llamados buggers.

Y nadie como los niños para jugar.

De este modo la realidad del niño habitualmente despreciada por el mundo de los adultos se vuelve precisa y esencial, teniendo éstos que recurrir al humillante acto de acudir a aquella.

El talento de Card hace el resto: las dos capas conviven, se entrelazan, se apoyan y en definitiva se suman para producir un artefacto narrativo eficaz cuyo éxito entre varias generaciones de adolescentes (y no tan adolescentes) se prolonga hasta nuestros días... en unos de los cuales se decidió realizar la adaptación cinematográfica de la novela.

Y lo mejor que se puede decir de esta película es que respeta lo suficientemente ese artilugio narrativo como para trasladarlo casi intacto a imágenes.

El resultado es un producto compacto, sin fisuras, narrativamente correcto que, como la novela, se sigue con el suficiente y preciso interés.

Ender vuelve a convertirse en un héroe, virtual portador del punto de vista del adolescente frente a un sombrío universo de adultos que le utilizan con extrema crueldad para conseguir sus propósitos, unos propósitos oscuros basados en un no demasiado correcto entendimiento de lo que realmente pasa.

Más o menos lo que todos hemos pensado alguna vez ante las incomprensibles e inapelables decisiones de nuestros padres.

Y dejando galaxias e insectívoros aparte, si algún valor tiene "El juego de Ender" es mostrar como ninguna obra que conozca el modo en que los adolescentes ven a los adultos encarnados en la figura paterna del Coronel Graff (infexible y severa, muy influida por las necesidades de la realidad externa) y la materna del Mayor Anderson (comprensiva y emocional, pero siempre cediendo ante los motivos del padre basados en las necesidades y constricciones de una realidad vivida como amenaza)

Convirtiéndose en peón de una realidad que Graff y Anderson construyen, Ender actuará en contra de su naturaleza, una naturaleza que le dice que esos insectívoros, como esas malas influencias con respecto a la paz del universo familiar llamados amigotes, no son tan malos.

Y al final defender la tierra no es otra cosa que defender la familia... pero hablamos de esa familia conservadora y patriarcal en la que el padre infringe siempre dolor con gran dolor de su corazón, siendo timidamente cuestionado por una madre que, dudando entre el afecto hacia el hijo y los autoritarios dictados del padre,  al final siempre termina aceptando el punto de vista de aquel, traicionando una vez más al Edipo adolescente.

Todo muy pequeño burgués.

Pero, y aunque en el fondo hay una enorme e inmensa mierda, Card se las arregla para envolverla en un rutilante celofán galáctico que hace que su basura ultraconservadora tenga un pase... pero sólo uno; un celofán que la película de Gavin Hood tiene la enorme inteligencia de respetar.

La película favorita de la niña de Rajoy.


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