viernes, enero 17, 2014

Despedidas

No es demasiado nuevo el motor que subyace bajo la historia que se nos cuenta en esta película ganadora del premio Oscar 2008 a la mejor película de habla no inglesa.

"Despedidas" nos cuenta una pérdida de sentido y la conexión con el mismo a través del retorno al pasado y a las raíces, con experiencia catárquica incluida de reconciliación con los demonios de ese pasado.

Esta estructura narrativa es un clásico recurrente cuando el cine como industria opta por su faceta intimista y hay que decir que su director Yojiro Takita ha producido una buena versión enésima de esta historia de reencuentro y redención.

Tras perder su trabajo como violoncelista, Daigo Kobayashi decide regresar al pueblo donde nació y allí iniciar una nueva vida. En su búsqueda de trabajo Daigo acepta un puesto de embalsamador. Paradójicamente, y pese al rechazo social que su trabajo despierta, Daigo encontrará en esa tarea una insospechada manera de realizarse que, a la postre, le permitirá conectar con su tormentoso pasado y resolverlo de una manera satisfactoria.

Y todo en el contexto poético que suministra una de esas hermosas ceremonias que tanto abundan en el Japón tradicional, el Nokanshi o el arte de embalsamar y embellecer a los muertos.

El resultado es una película emocionante e intimista, que no aporta nada demasiado nuevo dentro de una eficiente repetición de formulas narrativas que se han probado exitosas en otras películas y series de televisión.

Así, "Despedidas" es un perfecto y eficiente mecanismo enfocado a drenar los lagrimales del espectador y que conjuga con acierto los lugares comunes de este tipo de historias: conflictos generaciones, significados, acciones y razones que por fin se comprenden,perdonas que se dan o que se reciben, culpas que se admiten... en definitiva, toda esa mierda que puebla nuestras vidas y que "Despedidas" muestra con talento y emoción merced a un reparto de actores brillantes, para mi desconocidos, y a ese tono tan emocional que el compositor Joe Hisaishi sabe dar a sus partituras.

Y lo cierto es que cuando uno no tiene alguna lagrimita culebrando por la pupila tiene la sensación de que no es la primera vez que se emociona ante esta o aquella situación que presencia, una extrañá sensación de deja vu emocional que le lleva a uno a pensar que la película ejecuta una cierta magia de dios menor que siempre funciona.

Pero esa magia pequeña funciona mientras la película dura.

Suficiente.



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