sábado, febrero 01, 2014

Luis Aragonés, Presidente

No entiendo la mala imagen que tiene el fútbol en un país que ha tomado la polarización propia de este deporte un elemento fundamental en la manera de hacer algo tan esencial en una sociedad como es la política.

Y supongo que será precisamente por éso, porque el fútbol forma parte de esa sombra que la parte consciente rechaza y no reconoce como propia.

Pero lo cierto es que, ahora mismo, se es de un partido político de la misma manera que se declara el amor por un equipo de fútbol.

De todo modo, el guerracivilismo polarizado que todavía vivimos en esta España de siempre, que sólo ha cambiado en lo material, pervivió durante el franquismo a través del llamado deporte rey: Gritar al Real Madrid en los campos era también gritar al régimen del que se había convertido en símbolo, porque apoyar al Real Madrid, especialmente en el exterior, era reivindicar de manera metafórica las bondades de una España sólo tácitamente tolerada.

Estoy convencido que en este país tiene tanto predicamento el fútbol no tanto por lo que sucede dentro del campo sino por las posibilidades de polarización y enfrentamiento que ofrece a unos españoles a los que la política jamás les ha ofrecido posibilidades verdaderas de expresarse.

Y aunque ahora mismo estemos viviendo en una democracia, la presenta futbolización de la política nos revela la baja calidad de aquella.

Del mismo modo que cuando la dictadura, ahora y a falta de verdaderos contenidos de fondo, nos encontramos diariamente con la política del "y tu más", del "y tú también", del "estoy siempre acertado"... elementos esenciales de un debate del fútbol vivido como pasión.

Una política que se pone la camiseta de las políticas propias y que todo los días sale a ganar el partido al rival.

¿Y qué diablos tiene que ver Luis en todo ésto?

Paciencia...

Siempre he dicho que Luis Aragonés podía ser un perfecto presidente de la República.

Parece una boutade, pero no lo es.

Desde el futbol, Luis nos enseñó a tener autoestima, rompió con ese fatalismo perdedor con el que España se enfrentaba a las competiciones y con esa autoestima los españoles demostramos lo que podemos hacer si creemos en nuestras posibilidades y nos asociamos los unos con los otros, en un eterno tiki-taka para conseguirlo.

Esta manera de hacer las cosas fue heterodoxa hasta en el propio futbol donde era inviable que jugadores de Madrid y del Barcelona fueran de la mano, sin pasar sus relaciones por el previsto tamiz del enfrentamiento.

La selección consiguió que jugadores del Barcelona fueran aplaudidos en Madrid y viceversa.

La victoria de aquella Eurocopa fue una bala de cristal disparada con precisión contra la telúrica y profunda bolsa de mierda que acumula el inconsciente colectivo de nuestro país desde hace siglos.

Fue un momento, pero fue eterno y fue maravilloso.

Otro país era posible.

Y por un momento, el futbol dejó de ser la expresión del presente simbólico de nuestro país para convertirse en la expresión de una posibilidad, de otra realidad distinta para este país macerado al sol en el odio y el enfrentamiento.

Luego todos nos encargamos de olvidarlo.

Nos comió el día a día.

Volvimos a nuestras camisetas y fichamos a otro entrenador que, amparado en la inercia mágica iniciada por Luis, nos hizo pensar más en los contrarios.

Pasó Luis y con él pasó, como las efímeras experiencias de las dos Repúblicas, el sueño fugaz de otra España, una España con autoestima, de ciudadanos y no de súbditos, una España capaz de mostrarse y mostrar al mundo su genio basándose en el diálogo y la asociación sobre un campo de juego que, como todos sabemos, siempre es una metáfora de todo lo demás.

Algo maravilloso que me hizo llorar aquella tarde en que el pueblo de Madrid gritaba el nombre de Xavi Hernández bajo la luz arrasadora de una Eurocopa.

Aquella noche fuimos todos III República y Luis su aclamado e indiscutible Presidente.

Siempre que pienso en mi país, me gusta recordarlo aquella tarde, en aquel momento... sonriendo.

Gracias Luis!

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