sábado, febrero 08, 2014

Stalker

Siempre es un placer para mi revisar "Stalker", una de las grandes obras del maestro ruso Andrei Tarkovski.

Inspirada en la novela corta de ciencia-ficción "Roadside Picnic", escrita en el año 1971 por los hermanos Arkady y Boris Strugatsky, "Stalker" es por encima de todo un descenso metafísico a las profundidades del alma humana.

Y resulta curioso que Tarkovski encuentre terreno para expresar esas espesuras del alma humana en un texto que, precisamente, pone todo su énfasis en expresar lo minúsculo que es el ser humano cuando entra en juego el inmerso universo que se esconde tras el azul del cielo.

En la novela los humanos llegan a la conclusión que los extraterrestres, que se detienen en la tierra y crean las diferentes y extrañas zonas, ni siquiera han reparado en los seres humanos. En su pequeña parada dentro de un largo e imposible de imaginar viaje los habitantes del planeta azul han tenido el mismo interés que las hormigas y mariposas tienen para un viajero que se detiene a comer el borde del camino, es decir, un interés entre muy limitado e inexistente.

No obstante, Tarkovski utiliza esta historia directamente escrita contra el ego de la especie humana para construir otra en la que todo el esfuerzo se centra en poner en valor las contradicciones de esa ninguneada especie que, en la novela original, comprende que no ha significado nada para los viajeros.

Sobre el viaje a una de esas misteriosas zonas realizado por un escritor y un científico de la mano de un Stalker, un explorador experto en esas zonas, Tarkovski construye un poderoso y cautivador discurso sobre la precariedad de la condición humana.

Precariedad que la propia zona refleja como un espejo a todos aquellos humanos que se atreven a entrar en ella, especialmente con el evento de esa habitación que concede lo que más desean a todos aquellos que entran en ella y que siempre ofrece algo completamente inesperado a los deseantes, algo que algunas veces es completamente desconocido y que muestra el complicado juego de equilibrios, de pesos y contrapesos, que suponen la realidad y el deseo para los seres humanos.

Escritor y científico, convertidos en andantes y parlantes metáforas de emoción y razón, aspectos que nos resumen como especie, se sumergirán en la zona con el mismo propósito de descifrar un misterio para descubrirse finalmente superados por sus propias contradicciones internas ante la desencantada mirada del Stalker, alguien que jamás ha pensado en pedir para sí y que sólo piensa en poder ayudar a aquellos que sí quieren pedir.

Y sin duda es este altruismo del Stalker lo que le permite sobrevivir en un espacio, la zona, que pone a prueba la capacidad de desear de quienes osan aventurarse en ella.

Y es este aspecto sin duda el más interesante que la película ofrece para un Tarkovski siempre enfrentado al egoísmo de las sociedades modernas con su discurso reivindicador de la generosidad, la entrega y el altruismo como elemento esencial de lo mejor del ser humano.

Desear para los demás no es lo mismo que desear para uno mismo.

El otro como objeto del deseo siempre ofrecerá mayores certezas que los propios pensamientos.

Obra maestra.


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