sábado, marzo 15, 2014

11-M

Ya lo he escrito otras veces, pero quiero volver a hacerlo.

Los atentados del 11-M provocaron muertes directas, pero también alguna otra muerte indirecta. La principal de todas es la de la propia ETA.

La rotundidad bestial e indiscriminada de los atentados de aquella mañana puso en su lugar el carácter medido y calculado de los crímenes de ETA.

Algún día se hablará y escribirá, espero, del corrupto papel que ha jugado la corrupta ETA dentro del corrupto juego político del régimen oligárquico de partidos que protagoniza el régimen de libertades de este país. De hecho, los partidos que integran este régimen todavía se empeñan patéticamente en recurrir a la organización terrorista cuando lleva años sin matar, generándose un perverso juego en el que ahora es la política española quien se empeña en mantener con vida algo que está inexorablemente en trance de desvanecerse.

Desgraciadamente, la asquerosa política de este país parece necesitar más a ETA que la propia organización ya parece necesitar al régimen contra el que una vez mató. Como si la política española no pudiera entenderse sin la vieja costumbre de recurrir a poner los viejos muertos polvorientos sobre la mesa para zanjar debates y reconocer posiciones en una eterna e inmutable guerra semiológica de trincheras.

Y todo empezó en aquel 11-M.

Aquella mañana ETA dejó de ser el terror que hacía ya tiempo había dejado de ser.

Las esporádicas muertes, los intentos de atentado, los atentados en medio de ninguna parte o cerca de la vida para escenificar ya no la posibilidad de la muerte sino la propia amenaza de la posibilidad de la muerte quedaron fotografiados como lo que en realidad eran: calculados actos políticos ejecutados por un actor político cuyo lugar dentro de un sistema de relaciones que se llama política española es ser el malo oficial.

Pero el 11-M aparece otro malo, un malo verdadero, verdaderamente lleno del odio suficiente como para realizar actos de violencia indiscriminados lo suficientemente terribles como para producir terror, es decir, lo que siempre fue el terrorismo.

Frente a esas explosiones el terror de aquella ETA se convierte en un juego, un escenario encorsetado y terrible de cartón piedra donde se escenifica un polvoriento baile de máscaras.

Dentro del corrupto convoluto que compone la política española, ETA ya había sido fagocitada como el otro al que temer que inevitablemente necesita el uno para componer un cerrado sistema de poder.

En este sentido, el esfuerzo de mentira del gobierno mostró el delirio pero también la desesperación de un sistema que se ve comprometido en su propia esencia. 

Si algo revelaron los fogonazos brutales de las explosiones de aquella mañana, es la no existencia de algo, la presencia de un fantasma que de cuando en cuando, y cada vez con menor frecuencia, debía asesinar para recordarnos y recordarse... y ya ni éso.

Pero, y sin embargo la política española sigue hablando de una ETA viva y existente.

Necesitaba perpetuar su juego.

Y poco a poco, fue sustituyendo la inexistencia de la ETA por otra existencia, la de las victimas. Este es el sentido de la politización asquerosa de las victimas del terrorismo que se ha hecho en este país: la necesidad de interpelar a un otro al que ya no se puede interpelar directamente, la necesidad de seguir manteniendo un diálogo del que se obtiene ante el público una fundamental legitimación como garante y defensor de los derechos y libertades de una comunidad... mientras por otro lado se ataca a esa misma comunidad recortando derechos sociales que tienen que ver con la sanidad y el empleo.

Y al final todo termina siendo ETA.

Ante la imposibilidad siquiera de detener a unos terroristas (que ya no existen), sólo queda agarrarse a las consecuencias de sus hechos, las víctimas, para mantener ese discurso crispado que es elemento esencial de ese modo de hacer política forofo que necesita un incontestable lugar para el acuerdo.

Así ese otro que quiere matarnos es un compañero esencial sin el que la política española parece no poder vivir y se las arreglado para que siga viviendo através de sus victimas.

El problema de esto es que esas victimas canonizadas empiezan a morirse de viejas.

¿Qué harán nuestros políticos para convocar a nuestro monstruo cuando ya no quede ninguna?

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