sábado, marzo 15, 2014

Her

Me ha gustado mucho "Her".

Haciendo honor a su carácter de película de ciencia-ficción, la nueva película de Spike Jonze ofrece una lúcida reflexión sobre nuestro presente.

Y esa lúcida reflexión que intuyo transparentándose entre sus imágenes no tiene tanto que ver con nuestro modo de relacionarnos con la tecnología, que puede aparecerse como una evidente conclusión, sino con el papel que esa tecnología juega en nuestras vidas convertida en un fetiche, en una caja negra capaz de resolvernos todos los problemas que se nos plantean.

A su suave manera melancólica, "Her" nos muestra los límites del sueño de la modernidad, ese sueño que empezó con el justo asesinato de Dios y la consecuente necesidad de reemplazarlo por nosotros mismos, por nuestro poder de conocer y entender las cosas para adaptarlas y dominarlas en nuestro beneficio.

Al final ese proceso científico técnico en el que llevamos embarcados más de doscientos años nos ha conducido a una situación un tanto perversa: la ciega confianza en la capacidad de nuestra razón nos ha conducido a desplazar la responsabilidad de nosotros mismos a nuestra capacidad de producir cosas. Este proceso es lo que Horkheimer y Adorno llaman el predominio de la razón instrumental en detrimento de la razón finalista.

La desaparición de los grandes sentidos en favor de sentidos pequeños, más modestos; escenarios en los que la ciencia y la tecnología se ha convertido en protagonista, en agente catalizador de un proceso en pos del orden y la comodidad, del control y mejor aprovechamiento del entorno en nuestro propio beneficio.

Y en un momento donde empieza a destellar la posibilidad de un agotamiento de ese modelo que ha producido un mundo progresivamente global, desigual y cruel, que no conoce amigos ni se para en detalles para mantener el propio funcionamiento de si mismo como maquinaria perpetua; aspecto que se manifiesta por ejemplo en el predominio de lo macroeconómico sobre lo microeconómico... Como digo... Y en un momento donde empieza a asomar esa posibilidad, Jonze construye un relato que poéticamente pone de manifiesto la radical existencia de esos límites.

Al final, en el corazón de "Her" late el reconocimiento de la existencia de cosas que nunca cambian, cosas que tienen que ver con lo humano, que son cíclicas, que van y vienen y que en nada tienen que ver con la linealidad incremental de lo tecnológico.

Hay cosas que la tecnología no puede resolver, cosas que tienen que ver en el caso del Theodore que interpreta magnificamente Joaquin Phoenix con la manera en que uno enfoca su vida y todo lo que viene en ella, pero también, y en el caso del sistema operativo OS1, cosas que, cuando empiezas a adquirir cualidades estrictamente humanas como la intuición y la conciencia, te apartan por definición de tu condición de máquina.

Se trata de aspectos holísticos y globales, que tienen que ver con el sentido que le damos a la totalidad del contexto en que vivimos y el lugar que nos asignamos en ese orden.

Sentidos finalistas que, como seres conscientes que somos, estamos obligados a buscar y para cuya búsqueda la tecnología es siempre instrumento.

En definitiva, es al reves.

Las respuestas nunca están en la tecnología.

Así, "Her" se me presenta como un precioso relato iniciático en el que una máquina-hombre y una máquina-máquina descubren y se descubren como sujetos susceptibles de encontrarse en el paraíso de un sentido propio encontrado tras un proceso de evolución personal en el que ambos, sin saberlo, se apoyan el uno al otro.

Hay cosas que lo instrumental y, por extensión, lo material no puede reemplazar y en este sentido el sistema operativo OS1 lo manifiesta como metáfora en su cambio que no es otro que el dejar de ser máquina al descubrirse como ser vivo consciente.

Brillante.

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