sábado, marzo 29, 2014

Solo hay un dios verdadero...

“La salida del sol era en estas regiones un acontecimiento que cada día me impresionaba de nuevo. No era tanto al despertar de los primeros rayos, en sí grandiosos, como lo que sucedía. Inmediatamente después de la salida del sol acostumbraba a sentarme en mi silla de campaña bajo una acacia. Ante mí, en el fondo del pequeño valle, se hallaba una franja de selva virgen, casi verdinegra; más allá se extendía el lejano borde de la meseta. Primero reinaban agudos contrastes entre la oscuridad y la claridad; luego todo nacía plásticamente a la luz que inundaba al valle de una luminosidad compacta. El horizonte resplandecía en su blancura. Paulatinamente la luz ascendente penetraba, por así decirlo, en los cuerpos, los cuales, como iluminados por dentro, brillaban diáfanos al fin como un cristal de color. Todo se convertía en cristal centelleante. El clamor de los pájaros campaneros resonaba en el horizonte. En estos instantes me sentía como un templo. Era la hora más sagrada del día. Contemplaba esta magnificencia con placer insaciable, o mejor dicho, con éxtasis al margen del tiempo.
Cerca de mí se alzaba una alta roca, habitada por grandes monos (baboons, zambos). Cada mañana se sentaban silenciosos, casi inmóviles, en la parte soleada de la roca, mientras que durante el día alborotaban el bosque con chillidos y gruñidos. Al igual que yo, parecían reverenciar la salida del sol. Me recordaban los grandes zambos del templo en Abu Simbel, en Egipto, que hacen gestos de adoración. Cuentan siempre la misma historia: Desde siempre hemos rendido culto al gran Dios, que salva al mundo, sacándolo de la gran oscuridad para bañarlo en la deslumbradora luz del cielo”.

(Recuerdos, sueños, pensamientos, Carl Gustav Jung)

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