lunes, marzo 10, 2014

Un gangster para un milagro

Frank Capra es uno de los grandes directores de la primera generación del cine sonoro norteamericano.

Nadie como él supo conjurar en las pantallas el mito de lo americano para que sus compatriotas encontraran en las salas de cine un lugar en el que recuperar un sentido para una época especialmente convulsa que para aquel país significó la década de los treintas.

Aquella fué la época de la Gran Depresión pero también fue el momento de la revolución democrática del New Deal llevada a cabo por el presidente Roosevelt para sacar del país de la negrura en que se encontraba sumido. Frente al mundo que Steinbeck describe en "Las uvas de la ira", Roosevelt encontró un importante aliado en el cine de Capra convertido en un vehículo para la expresión de los valores de comunidad que forman parte de una tradición norteamericana hoy en día sepultada por el egoísmo sin fin y sin fronteras del pensamiento neoliberal.

Y no es casualidad que fuera así porque Capra es un inmigrante.

Nacido en Sicilia a finales de siglo XIX, el director viaja con su familia a los Estados Unidos a principios en siglo XX y en él esa ilusión de oportunidad y progreso que representan los Estados Unidos se materializó real manteniéndose fresca a lo largo de todo su cine.

Capra es un idealista que cree a pies juntillas en la leyenda del sueño americano, de lo que en un momento determinado de la historia representaron los Estados Unidos para los humillados y ofendidos de la Europa previa a las democracias modernas.

En el cine de Capra siempre se conjuga el mismo milagro: el individuo aislado encuentra apoyo y consuelo en la comunidad a la que pertenece.

La mayoría de los héroes de Capra sufren y lo son en tanto en cuanto se convierten con su sufrimiento en agentes catalizadores del despertar de un sentimiento de colectividad solidaria, de grupo por encima de las diferencias que separaban con anterioridad.

Este planteamiento resultó perfecto para la América de la Gran Depresión, pero apareció un tanto trasnochado para los Estados Unidos de la década de los sesentas inmerso en una plena euforia de consumismo basada en la tendencia contraria: el individualismo.

La música del viejo italiano no encontró público.

La América de Roosevelt, la más izquierdista de todas las posibles, ya no tenía sitio en una sociedad opulenta, omnipotente y satisfecha de sí misma.

La conciencia de grupo había sido reemplazada por el individuo.

"Un gangster para un milagro" fue la última película de Capra.

Realizada en 1961 se trata de un remake de una película dirigida por el mismo en 1933.

La historia es la de una vendedora de manzanas que trabaja las calles de la isla de Manhattan. Annie controla el negocio de los mendigos y tiene entre sus principales clientes al gangster David The Dude quién ha conferido a sus manzanas el poder mágico de concederle suerte en sus negocios.

Annie ha estado educando con el dinero de sus negocios a una hija en Europa y para ella ha construido una historia sobre sí misma que la convierte en una millonaria de la clase alta neoyorkina.

Las cosas se complican cuando la hija decide viajar a Nueva York para presentar a su madre su prometido. Annie tendrá que convertirse en esa mujer de la alta sociedad que dice ser y para ello contará con la ayuda del gangster.

Con este material, sin duda un poco trasnochado para la época en que se hizo la película, cosa que explica su fracaso en taquilla, Capra construye una historia que se mueve con agilidad y acierto entre la comedia chispeante y el drama emotivo, aspecto en el que Capra siempre fue un gran maestro.

Otro aspecto esencial del cine de Capra es el peso que éste otorga a sus actores que siempre protagonizan películas que tienen un punto de coral y en las que todos siempre tienen su momento.

En el caso de "Un gangster para un milagro", puede decirse que se trata de un festival de esos actores que se llaman secundarios: Eduard Everett Horton, Thomas Mitchell, Arthur O'Connell, el increible Peter Falk que es de lo mejor de la película con un personaje -Joyboy- que le va como anillo al dedo o el aun mas increíble Mickey Shaughnessy que siempre bordó inolvidables personajes "border line".

Por no hablar del elenco principal protagonizado por una Bette Davis en pleno proceso de reinvención, la maravillosa Hope Lange o el siempre talentoso y subvalorado -especialmente en la comedia- Glenn Ford.

En definitiva, un magnífico entretenimiento.




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