miércoles, abril 16, 2014

Julia

Es muy interesante leer "Moteros tranquilos, toros salvajes".

En este libro el periodista y escritor Peter Biskind relata una historia del Hollywood de la década de los setentas del siglo pasado. Un momento único en el que lo contracultural se convirtió en objeto de deseo del negocio cinematográfico.

Personajes como Dennis Hopper, Hal Ashby, Robert Altman o Bob Rafelson, algunos de ellos notorios izquierdistas, encontraron respaldo económico como para poner en marcha historias que se alejaban de un cine que, de pronto, y por un tema eminentemente generacional, se encontraba en la necesidad de atraer al público joven a las salas.

Un primer intento de captar a las nuevas generaciones, antes de que Lucas y Spielberg se hicieran con las riendas del negocio en la década de los ochentas, fue este.

Los grandes productores en sus kilométricos despachos encontraron en lo contracultural y en argumentos de planteamiento heterodoxo ("Easy Ryder", "El último deber", Mi vida es mi vida") un primer punto de ataque para revitalizar un negocio que se encontraba en la encrucijada.

Una de las consecuencias de esta explosiva apuesta de la industria fue la puesta en valor de un izquierdismo  norteamericano que había sido literalmente aplastado en el interior de los Estados Unidos como consecuencia del pensamiento único impuesto por la guerra fría, especialmente desde la presidencia de Eisenhower.

Sólo en este contexto, y antes de que llegase Reagan y su revolución conservadora con su perversa y mendaz promesa de hacernos ricos capitalistas a todos, se entienden películas como "Reds", dirigida por Warren Beatty en 1981, o esta "Julia" de Fred Zinnemann, filmada en 1978.

Basada en "Pentimento", un libro autobiográfico de la escritora izquierdista Lillian Hellman, "Julia" nos cuenta la historia de una amistad, la de Lillian y Julia, y de como ésta, por su activismo político, siguiendo el olvidado destino de muchos otros y otras es consumida por la hoguera de enfrentamientos políticos polarizados que fue la Europa de entre guerras ante la impotencia desesperada de Lillian.

El destino trágico de Julia, comprometida en la lucha contra los totalitarismos sobre el terreno europeo, expresará de manera metafórica, con el rechazo que experimenta en su entorno (un rechazo que se convertirá en olvido), el destino de todo ese izquierdismo comprometido siempre minoritario, cuando no directamente condenado y rechazado, en su propio país.

Incluso la propia Hellmann participará de ese sentimiento experimentando una toma de conciencia, como consecuencia de su vinculo emocional con Julia, que la arrancará metafóricamente de un Paris festivo, que simboliza todo un modo escapista de hacer literatura de sus compatriotas de la generación perdida, para llevarla a Berlin en busca de su amiga, al corazón de la bestia que hay que combatir.

No es extraño que Oliver Stone, uno de los pocos valientes que en Hollywood se ha atrevido a recoger esa antorcha contestaria, tome como punto de partida para su imprescindible "La historia no contada de los Estados Unidos" la misma época en que Hellmann sitúa su historia con Julia.

Para muchos, hoy en día, Franklin D. Roosevelt, el único presidente que enlazó tres mandatos consecutivos durante ese época, sería un peligroso izquierdista con su apelación a la excepcionalidad de lo americano, excepcionalidad concebida desde una visión del país como gobierno del pueblo y para el pueblo... pero de verdad.

Toda esa américa ya no existe.

Ha sido borrada del mapa por una revolución conservadora que mantiene el concepto de excepcionalidad pero dotándolo de un significado diferente: la excepcionalidad del poder y del dinero siempre, y como no podía ser de otra forma, repartido con la mayor desigualdad posible.

Y en este sentido, en el plano que inicia y pone fin a la película, pescando en un amanecer gris, Hellmann se nos aparece como la superviviente de un naufragio: el de una manera de ser, la de esos rojos que Beatty tan bien describe en la maravillosa y como no podía ser de otra forma olvidada "Reds".

Como una superviviente empeñada en recordar aquello que ha sido olvidado, que ha sido sepultado bajo la superficie de una realidad que lo ignora, convirtiendose en materia de ese pentimento que Hellmann recupera como metáfora para expresar de manera muy bella la inapelable necesidad de una memoria que hace posible traer a la vida el recuerdo transfigurado de Julia..

Porque Julia, su realidad, se ha convertido en una de esas formas corregidas, sepultadas bajo una nueva capa de pintura que reproduce en la superficie del lienzo otra realidad más conveniente.

Para mí, "Julia" sigue siendo un precioso lugar de encuentro entre el cine político y el arte.

Inolvidable.





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