sábado, abril 05, 2014

True Detective

Una de las grandes diferencias entre el llamado genero negro y el género policíaco es que mientras en el segundo importa mucho lo que se cuenta, el concreto crimen y el proceso de descubrimiento del asesino, en el género negro importan tanto esos aspectos eminentemente fácticos como otros más deslocalizados o ambientales como el contexto o el modo en que se cuenta que el propio texto en sí.

El crimen así se convierte en una puerta a través de la cual se accede a ámbitos más profundos, filosóficos, psicológicos y sociológicos, de mayor enjundia en definitiva que el simple mecanismo de investigación por el que un policía descubre el asesino.

Al final, el crimen no es otra cosa que la punta de un iceberg, la manifestación terminal de una determinada situación personal o social que es el invisible aire que se respira en la escena del crimen y sus alrededores.

Por eso, las mejores historias negras cuentan ese elemento viscoso y translúcido que es la verdadera causa, un elemento estructural y oculto que los hechos que se investigan convocan progresivamente hasta su definitiva materialización de pesadilla.

Y si algo es True Detective es un magnífico ejemplo de relato negro en el sentido que describo, de invocación de una oscuridad a la plena luz de los hechos que se cuentan.

No es tan importante la investigación que en dos momentos en el tiempo y a lo largo de casi veinte años realizan los detectives Hart y Cohle como que, a través de ella, se materialice la presencia morbosa y oscura de una realidad de locura que encuentra además el perfecto escenario en los casi pútridos paisajes de la pantanosa Louisiana.

Se trata de un territorio fronterizo, inestable, no del todo abandonado por el agua aunque también carente de la necesaria solidez de la tierra firme.

Lugar ideal para convertirse en escenario de un drama que también es una realidad, una realidad que no es sólo la propia del asesino sino también de sus victimas e incluso de los policías que investigan sus muertes, una realidad abandonada y vacía que parece desplazarse en el tiempo como consecuencia de una inercia imprimida hace ya demasiado tiempo.

El fracaso de toda una sociedad expresándose de una manera extrema en los lugares más alejados de su corazón definitivamente cristalizado e inerte, pero también un fracaso de mayor calado, el del sentido, a la hora de ocupar un lugar bajo el sol estando el animal humano de por medio. Porque pareciera que en cualquiera de esos bayous de Louisiana pudiera perfectamente haber servido de escenario a Conrad para localizar su Corazón de las Tinieblas, ese relato contado desde la razón al borde mismo de la animalidad.

Un doble fracaso que el hipnótico e iluminado hilo discursivo que emana del tenebroso corazón del detective Cohle, convertido en una suerte de Coronel Kurtz Mississipi arriba, enhebra con brillante acierto en una de las presencias más poderosas que uno recuerda en su memoria de ficción televisiva.

True Detective no es otra cosa que la ácida y certera palabra de Cohle poniendo letra y sentido a la música de imágenes que, a lo largo de diez inolvidables capítulos, nos muestra una vez más esa zona de guerra de lo negro, la delgadísima línea que separa la razón de la sin razón, la humanidad de la animalidad y que nos hace ser ese complejo animal con un pie en cada territorio que somos.

No sólo nuestra insoportable levedad sino también nuestra no menos insoportable volatilidad.

De eso el detective Cohle sabe mucho. No me canso de escucharle.

Brillante.





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