sábado, junio 14, 2014

Elysium

Es curioso...

Me gusta todo de "Elysium" menos la historia.

Me gusta el paisaje pero no tanto las figuras y no porque estén mal resueltas sino porque no están a la altura del contexto narrativo en que sucede la historia ni tampoco de la extraordinaria capa tecnológica a través de la cual ese mundo se expresa.

"Elysium" sucede ciento y pico años adelante, en un mundo superpoblado y contaminado del que los más privilegiados han escapado a la majestuosa estación orbital que da titulo a la película. Desde allí continúan con su vida de lujos y placeres mientras abajo la mayoría de la humanidad lucha por sobrevivir cada día en un entorno hostil y letal.

Ese mundo que bien pudiera ser la extensión a nivel mundial de los barrios de chabolas del Soweto que el director Neill Blomkamp ya utilizara con eficacia en su estupenda "Distrito 9" ofrece un poderoso atractivo, un marco estupendo sobre el que desarrollar una historia llena de fuerza, pero sin embargo, es utilizado para desplegar una historia llena de lugares comunes y conveniencias narrativas que quién escribe ya ha visto cientos de veces y que se sin demasiada alegría vio venir a los quince minutos de película.

En cualquier caso Blomkamp utiliza muy bien todo ese espacio, así como todo el soporte tecnológico con que la humanidad se ha dotado a sí misma en ese mundo futuro, para insertar su historia mínima

En este sentido, y empezando por la magnífica y operística estación espacial "Elysium", la tecnología se convierte en un elemento esencial para cifrar la diferencia que separa a la privilegiada minoría de la desgraciada mayoría, reducida poco más o menos, a una desvencijada y herrumbrosa edad industrial con desoladores injertos de vida paleolítica.

La conjugación de un poder capaz de muchísimas cosas que se ejerce como propiedad privada de unos pocos y que con su inmensa potencialidad pone en juego la inmensa diferencia que separa a esos pocos de los muchos.

No obstante, y como escribo, en ese escenario, que bien merecería acoger una gran historia, se despliega la insignificancia del cliché.

Y el resultado es la habitual falta de fuerza del cine industrial producido casi como una obligación como consecuencia de la inercia del propio sector, sucediendo ajeno a la necesidad sino a la obligación de alimentar los miles de pantallas que hambrientas abren sus blancas fauces los viernes de cada semana.

Nada memorable... como casi siempre.

Cuando la industria vampiriza al arte, la forma es el mensaje.





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