miércoles, octubre 08, 2014

Excalibur

Alguien, en alguna parte de allá arriba no hace bien su trabajo, una enfermera se contagia y muere un perro.
Alguien, en otra parte de ese allá arriba, miente para ganar unas elecciones, hace lo que quiere cuando gobierna y alguien es desahuciado de su casa.

La muerte de Excalibur es algo más que la muerte de un perro.
Es el recuerdo de nuestra propia muerte, de nuestra propia fragilidad, porque si algo connota esa inflexible eficacia en el cumplimiento del sacrificio del animal es el desprecio de lo grande por lo pequeño, por todos nosotros los que cada día alimentamos a la gran maquina del perpetuo movimiento hacia delante que es nuestro mundo.
¿A quién o qué habrá sacrificar la semana que viene?
¿Qué buenas y estupendas razones lo justificarán?
En este aspecto, los grande nunca falla.
Los culpabilidades se encuentran y se depuran.
Porque nunca faltan culpables ni buenas razones para escarmentarlos.
Y no es casualidad que nada haya salido mal en la muerte de Excalibur.
Funciona lo que realmente tiene que funcionar.
Todas las mañanas al despertarnos nuevas variantes de las mismas mentiras de siempre nos esperan sonrientes.

Hoy te ha tocado a tí, Excalibur, pero quién ocupara mañana o la semana que viene tu lugar.
Siempre habrá buenas razones para que paguen los de siempre, un real o figurado cadalso preparado para ellos y un obediente público dispuesto a creer que toda esa mascarada es cierta buscando ganar un día de orden más..


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