sábado, enero 31, 2015

Only lovers left alive

Con el tiempo el cine de Jim Jarmusch se ha ido recubriendo de una elegante capa "arty", quedan ya muy lejos esas descuidadas e independientes puestas en escena que caracterizaron sus películas iniciales. Pero Jarmusch no ha cambiado.

Seguramente la forma, el modo en que el norteamericano nos cuenta lo que nos cuenta, ha ido cobrando un progresivo protagonismo, pero el corazón del cine de Jarmusch sigue intacto.

En "Only lovers left alive" continúa presente esa mirada inteligente que usa la ironía y el sentido del humor para comunicarse que tanto caracteriza al cine de Jarmusch, una mirada que además usa el convencional soporte de los géneros cinematográficos para construir un contexto. Sobre la familiaridad del género, dialogando con sus regladas pautas Jarmusch encuentra siempre un camino para proyectar su siempre peculiar propuesta al espectador.

Sobre lo que existe para ser repetido, Jarmusch construye un espacio de diferencia y en esa distancia, ya hay siempre una carga de ironía que sus seguidores siempre apreciamos, ironía que por otra parte casi siempre es la manera más atractiva de expresar la inteligencia.

En esta ocasión, y para "Only lovers left alive", Jarmusch recurre a los vampiros y por supuesto estos no aparecen para constituir un relato al uso sino para ser utilizados como elementos con los que construir algo diferente.

Forma parte de este imaginario vampírico la idea de la eternidad como maldición, una eternidad que convierte al vampiro en un ser nómada y desarraigado que constantemente ve pasar el presente y todo aquello que encierra.

La inmortalidad les hace incapaces de quedarse en ningún instante convirtiéndoles en las variantes más poéticas en melancólicos observadores de todo aquello que pasa, sin que quede muy claro si la decadencia está del lado que observa, del lado que pasa o de los dos.

En cualquier caso, Jarmusch se queda con este especial atributo de los vampiros para construir un relato que con astucia convierte a los vampiros en testigos de una decadencia, la de esos seres humanos a los que el protagonista Adam llama zombies.

Decadencia que incluso ha llegado al extremo de convertirse en algo orgánico, cosa que de modo genial Jarmusch expresa en el hecho peligroso de que la sangre que alimenta a los vampiros pueda ser un veneno que les vuelva mortales.

Y esto es lo que son los vampiros de Jarmusch: silenciosos observadores de una decadencia del genero humano y, en general, de un mundo del que también forman parte porque la eternidad sólo es relativa, depende de con quién o qué hagas la comparación, y nada terrestre puede sobrevivir a un planeta decadente y contaminado.

Nacido como mito en el romanticismo, el vampiro no era otra cosa que un parásito que se alimentaba de la todo poderosa sangre del ser humano consciente del refulgente destino que le reservaba la modernidad ilustrada.

La fuerza de vida estaba ahí, en la sangre convertida en metáfora de ese combustible esencial que movía esa máquina de futuro que fue el hombre.

Ahora las cosas han cambiado.

El futuro está en entredicho.

Y la sangre ya no tiene tanta calidad.

Algo se ha perdido y si alguien puede saberlo es el vampiro convertido en observador reflexivo de nuestro sagrado y milenario fracaso.

Brillante.


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