sábado, marzo 28, 2015

Inherent vice

Aunque sólo sea por exótico el mundo narrativo de Thomas Pynchon siempre tiene interés.

Su puesta por obra del enfrentamiento del espíritu de todo aquello que se dio en llamar contra-cultura en la década de los sesentas del siglo pasado con todo el aparato sistémico, de usos y costumbres de lo cultural como mascarón de proa de los rigores del capitalismo de consumo tiene siempre algo de magistral.

Las historias de Pynchon son extrañas y complejas, como jardines de caminos que se bifurcan borgianos en los que el escritor parece necesitar siempre más espacio en el que mostrar sus actitudes casi obsesivas para imaginar a sus personajes sometidos a extrañas situaciones kafkianas en el que la locura como pulverizada desde un aerosol impregna como una película de celofán la realidad.

Pero con Pynchon me pasa siempre lo mismo: lo disfruto hasta que su tendencia al exceso me irrita.

La obsesión que a mi entender forma parte del talento de Pynchon parece derivar siempre en la compulsión, en la acumulación de situaciones, de personajes, de texto que terminan convirtiendo sus historias en interminables corrientes que conectan al lector directamente con el tortuoso laberinto de talento que hay dentro de la cabeza del propio Pynchon.

Se pasa mal leyendo textos como "Vineland" porque siempre hay un momento en que el texto supera al lector... La "2066" de Roberto Bolaño es otro ejemplo de textos con sádica vocación de infinitud, de superar el formato limitado en el que viven.

En cualquier caso, el cine se ha atrevido con "Inherent Vice", un texto mucho más asequible para afrontar la tarea de adaptar cinematográficamente a Pynchon.

Sobre una estructura típica de novela negra en la que un detective recibe un encargo por parte del hilo de la madeja a cuyo desentrañamiento se dedicará durante el texto, "Inherent Vice" despierta en mí el mismo efecto que los textos del propio Pynchon: fascinación e interés, pero también agotamiento.

En "Inherent Vice" brilla el talento de Pynchon para construir situaciones, personajes, diálogos, lo cual es todo un éxito para mi gusto al tratarse de una adaptación cinematográfica de una novela, tan buena adaptación que logra transmitirme igualmente los defectos que encuentro en los textos de Pynchon.

Lo malo es que los libros pueden dejarse una semana y retomarlos tranquilamente un domingo por la mañana, pero no es tan fácil hacer lo mismo con las películas.

Y lo malo también es que no está tan claro que una imagen valga más que mil palabras si estas han sido buscadas y puestas una detrás de otra con talento.

En resumidas cuentas, hay un momento en que tengo la impresión de que la historia necesita del anclaje de la esgrima verbal de Pynchon para sobrevivir y no resultar una cierta tontería que precisa mi buena voluntad para ser respetada y sobrevivir.

Pero decido agarrarme al talento de Joaquin Phoenix, quien parece ya haberse espacializado en papeles de personajes de la long tail, que siempre pisan la raya que no se debe pisar, para superar esos momentos, esos baches narrativos que sin duda "Inherent Vice" tiene  y al final poder decir que el resultado es aceptable y por bastantes momentos entretenido.

Un buen programa doble sería esta "Inherent Vice" y la adaptación setentera y contracultural que Altman hizo de la novela de Raymond Chandler "Un Largo Adios".

Y sI tengo que elegir me quedo con la película de Altman.

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