jueves, septiembre 17, 2015

Independencia

Las batallas por la libertad ya no se libran en la singularidad que transforma una determinada zona de territorio en un concreto campo de batalla para la historia.

Estos tiempos son miserables hasta para eso.

Hoy en día la batalla por la libertad que libra la voluntad popular contra las otras voluntades que intentan sojuzgarla se libra en un lugar tan anodino y cotidiano como pudiera ser un cajero automático.

De su boca sale el dinero que nos integra al mismo tiempo que nos desintegra en este sistema de libertades orientado a perseguir una libertad dirigida y calculada.

Lo pudimos comprobar en Grecia, con el sorprendente giro travestido de ese traidor llamado Tsipras, un traidor de la voluntad popular al que otros, que ya hacen oposiciones a traidores, respaldan. Bastó con cerrar las bocas de los cajeros para que otras bocas se cerraran, para que los inconvenientes y temores surgieran, para que no fuera suficiente el respaldo de un 60% de los griegos.

Ahora mismo, nadie concibe un mundo sin dinero y los primeros los políticos de la izquierda.

El límite en que la utopía bienintencionada se convierte en locura está ahí.

Y eso mismo sucederá con la utopía de la independencia catalana.

En su momento, quienes llevaron a Tsipras, llevarán a Más al mismo despacho.

Les bastará con cerrar los cajeros de una Cataluña fuera de Europa y por lo tanto de un Euro en cuya clave está cifrada su deuda.

Y el problema es que seguimos sin saber qué hacer cuando nos cierran los cajeros.

Por el momento es la calcinante luz de un sol muy poderoso. 

Nadie resiste su beso.

Se cierran los cajeros y nos llaman al orden. El recreo ha terminado. Es el momento de volvernos responsables y posibilistas, como Tsipras.

¿Quién en su sano juicio podría ponerse del lado del sufrimiento y el dolor?

¿Quién lo haría pudiendo mañana desear otra cosa?

El dinero ha secuestrado la democracia.

Los juegos en los campos del señor siempre tienen un límite.

Nada distinto se podrá hacer mientras no sepamos defendernos del dinero, mientras no encontremos la forma de vivir lejos de su alargada sombra vampirica.

Ellos lo saben.

Nos han vencido.

Y su victoria está en habernos programado así: aislados los unos de los otros y dependientes del dinero para sobrevivir.

La derrota es total y completa.

Deliramos con la libertad, con la independencia respecto de Europa o respecto de España, sin realmente profundizar en las verdaderas raíces de nuestra inquebrantable dependencia.

Sucedáneos que si los llevas demasiado lejos revelan su radical condición de delirio neurótico porque esa realidad de la que somos dependientes enseguida nos llama al orden... y lo peor es que en suficiente número obedecemos porque siempre nos queda esa libertad de los formales que el sistema puntualmente nos ofrece (siempre que por supuesto nos la podamos pagar).


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