"Prudencia Aguilar no se fue, ni José Arcadio Buendía se atrevió a arrojar la lanza. Desde entonces no pudo dormir bien. Lo atormentaba la inmensa desolación con que el muerto lo había mirado desde la lluvia, la honda nostalgia con que añoraba a los vivos, la ansiedad con que registraba la casa buscando el agua para mojar su tapón de esparto. 'Debe estar sufriendo mucho', le decía a Úrsula. 'Se ve que está muy sólo'. Ella estaba tan conmovida que la próxima vez que vió al muerto destapando las ollas de la hornilla comprendió lo que buscaba y desde entonces le puso tazones de agua por toda la casa..."
(Gabriel García Márquez, Cien años de soledad)
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