"Entonces Lefteris, que estaba aparte liando un cigarro, resignadamente, como si hubiera cargado con toda la impotencia del universo, se volvió y le dijo: Sargento, ¿por qué te haces mala sangre? Los encargados de los arenques y del jalvá siempre estarán en lo mismo. Como esos otros con su papeleo interminable, y los de las camas mullidas que sólo se las hacen pero no las dominan. Pero fíjate lo que te digo, sólo el que combate la oscuridad en su interior tendrá mañana un lugar propio en el sol. Y Zoí: ¿Pues qué, te crees que no tengo yo también mujer y campos y problemas que me atormentan, como para estar montando guardia aquí, en este destierro?. Le replicó Lefteris: Lo que uno no ama, hermano, eso es lo que tiene que temer, que lo ha perdido de entrada, ya puede aferrarse a ello. Pero las cosas del corazón, puedes estar tranquilo, no hay forma de que se pierdan, y para éso están los destierros. Tarde o temprano los que han de encontrarlas las encontrarán. Le preguntó a su vez el Sargento Zoí: Y, según tú, ¿quién las encontrará?. Y entonces Lefteris, lentamente, señalando con el dedo: Tú y yo, hermano, y todo aquel marcado por este momento que nos escucha.
(Odysseas Elytis, Dignum Est y otros poemas)
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