Klaus Kinski era todo un elemento y probablemente el único que fue capaz de sacar algo constructivo de semejante personalidad fue Werner Herzog.
El precio que Herzog tuvo que pagar por hacer de Kinski su prolongación en la pantalla fue entrar en una intensa relación de amor-odio que, como todas las relaciones peleadas, ha dejado tanta huella en Herzog como para que éste construya este documental en memoria del imposible actor alemán.
"Mi enemigo intimo" es un paseo visual por los momentos y lugares más relevantes de la relación que director y actor vivieron. Un correcto soporte para anécdotas y comentarios donde destacan las filmaciones y grabaciones de las idas de olla de Kinski durante el rodaje de "Fitzcarraldo" que incluyen la famosa anécdota del cacique indio que se ofrece a Herzog para matar al diablo de Kinski.
Lo más interesante para mi gusto de "Mi enemigo intimo" es la progresiva aparición de otro monstruo, el propio Herzog. Aspecto que se hace evidente en el final del documental, cuando se aborda el rodaje de "Cobra Verde", la última colaboración entre Kinki y Herzog y en el que queda patente la explotación que Herzog realizaba de la loca energía que irradiaba de manera incontrolada el actor alemán.
En este sentido, y quizá forma involuntaria, "Mi enemigo intimo" muestra la perversa relación de sujeto-objeto que se establece entre director y actor, una relación que siempre busca convertir al actor en instrumento al servicio de las necesidades del director como creador.
Y todo se zanja en apenas una frases que el propio Herzog pronuncia con inocente frialdad.
Llegó un momento en que Herzog ya no pudo sacar más de Kinski y ese fue el final de su relación. El cineasta alemán llegó al fondo del barril decidiendo poner fin a su relación profesional de años.
Con naturalidad Herzog comenta que ya no había nada más que "sacar" de Kinski.
Punto.
Hay maneras ruidosas, pero también las hay tranquilas, de ser un monstruo en un contexto de relaciones humanas que siempre pueden ser mucho más retorcidas de lo que parecen.
El precio que Herzog tuvo que pagar por hacer de Kinski su prolongación en la pantalla fue entrar en una intensa relación de amor-odio que, como todas las relaciones peleadas, ha dejado tanta huella en Herzog como para que éste construya este documental en memoria del imposible actor alemán.
"Mi enemigo intimo" es un paseo visual por los momentos y lugares más relevantes de la relación que director y actor vivieron. Un correcto soporte para anécdotas y comentarios donde destacan las filmaciones y grabaciones de las idas de olla de Kinski durante el rodaje de "Fitzcarraldo" que incluyen la famosa anécdota del cacique indio que se ofrece a Herzog para matar al diablo de Kinski.
Lo más interesante para mi gusto de "Mi enemigo intimo" es la progresiva aparición de otro monstruo, el propio Herzog. Aspecto que se hace evidente en el final del documental, cuando se aborda el rodaje de "Cobra Verde", la última colaboración entre Kinki y Herzog y en el que queda patente la explotación que Herzog realizaba de la loca energía que irradiaba de manera incontrolada el actor alemán.
En este sentido, y quizá forma involuntaria, "Mi enemigo intimo" muestra la perversa relación de sujeto-objeto que se establece entre director y actor, una relación que siempre busca convertir al actor en instrumento al servicio de las necesidades del director como creador.
Y todo se zanja en apenas una frases que el propio Herzog pronuncia con inocente frialdad.
Llegó un momento en que Herzog ya no pudo sacar más de Kinski y ese fue el final de su relación. El cineasta alemán llegó al fondo del barril decidiendo poner fin a su relación profesional de años.
Con naturalidad Herzog comenta que ya no había nada más que "sacar" de Kinski.
Punto.
Hay maneras ruidosas, pero también las hay tranquilas, de ser un monstruo en un contexto de relaciones humanas que siempre pueden ser mucho más retorcidas de lo que parecen.
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