Reflexiones a propósito de Slumdog millionaire...
Los románticos tienen el mundo en la cabeza y su vida es el esfuerzo por hacer coincidir el interior con el exterior.
Normalmente es un esfuerzo baldío, casi siempre recompensado con un hermoso fracaso que viste sus días y les arropa las noches pero eso, aún siéndolo, no es en absoluto lo más interesante. Porque de algún modo está escrito que el individuo romántico colisione violentamente contra un mundo mucho más complejo, que es mucho más que un sentido y una voluntad, y por eso nos emociona que ese slumdog de Bombay consiga lo imposible... Colisionar y salir victorioso, de algún modo trazar el perfil del mundo a su medida.
Lo más interesante, lo más importante es que de esa constante fricción del sujeto con el mundo brota una energetizante intensidad que hace de la vida algo que merece la pena ser vivido aunque sea desde el fracaso... Y esa es la base del espectáculo emocional que ofrece Slumdog Millionaire, el campo de fuerza electrizante y magnético que despide la personalidad del personaje.
Y todo porque seguramente no hay mejor forma de vivir la vida que desde el esfuerzo por conseguir y desde el fracaso por no haber conseguido.
Y en el silencio oscuro del cine lo sabemos.
Todo lo demás son excepciones que nos paralizan con su paradisiaca rareza, sueños que terminan desvaneciéndose en otro deseo, momentos que se convierten en matería para la leyenda porque, y por contradictorio que parezca, esta mecánica del esfuerzo y del fracaso no puede funcionar sin una energía de esperanza que lo alimente.
Porque.... ¿Y si lo consiguiéramos?
Siempre perseguimos sombras.
Habitamos en el umbral de los interrogantes sin tener muy claro si el paso debe ser hacia delante o hacia atrás.
Somos así de complejos.
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