Hay una lectura gótica del espacio profundo... Una inmensa e interminable extensión de oscuridad por la que vagar como un holandés errante en busca de la redención.
En este sentido, el espacio es como el mar. Un lugar en el que desaparecer sin dejar rastro con la personal e intransferible carga de la propia maldición, pero también un lugar donde, de cuando en cuando, topar con aquellos que han decidido desaparecer.
Pero, y también por su propia condición de inabarcable, el espacio también es el perfecto lugar para topar con lo extraordinario, con lo inexplicable y misterioso. En su insondable profundidad precisamente hay lugar para todo, incluso para aquello que va más allá de la propia imaginación.
Ese era el principal atractivo de Star Trek como serie.
Para Gene Roddenberry, su creador, el espacio era la última frontera, un mágico lugar donde convergen las sombras de lo gótico con el destello vital de la aventura, William Hope Hodgson o H. P. Lovecraft con Emilio Salgari o Zane Grey... Y ahora, el genio televisivo J.J. Abrams, responsable de la revisión y tuneado de la interminable saga, intenta enlazar con ese espíritu de la aventura romántica en toda la extensión de la palabra.
En este sentido, el comienzo de la película resulta fascinante. La nave romulana emergiendo del vórtice espacio temporal como un enorme kraken que extiende sus tentáculos como un aviso de peligro para la nave de la federación y un villano, el capitán Nero, que la gobierna recordándonos a perdidos personajes de Josepn Conrad o Robert Louis Stevenson o Julio Verne que vagan perdidos en su propio laberinto y en busca de la liberación por las interminable extensión del continuo espacio temporal.
La propuesta es fantástica, pero, y en cuanto aparecen los adolescentes Kirk y Spock, uno se encuentra de pronto sumido en la decepción ante una historia que abandona lo mejor de si misma para darnos una convencional e iniciática trama de personajes adolescentes en busca de sí mismos, de su sentido, resultando todo demasiado convencional, oliendo a cientos de historias parecidas en la que el joven nos demuestra lo equivocado que está el mundo con respecto a él. Kirk y Spock se convierten en rebeldes que tienen una causa que en un principio no resulta tan aparente para los adultos que les rodean... El mismo rollo de siempre...
No obstante, la película resulta entretenida... si uno consigue superar esa decepción. Abrams tiene talento para contar historias y la película muestra en todo momento el dinero que ha costado. Resulta espectacular en alguna de sus escenas, pero, eso sí, un espectáculo desprovisto de la oscura magia que prometía mostrarnos.
Aunque, y pese a todo, mi voto personal es claro: la nave insignia de la flota estelar no debería estar en manos de un adolescente...
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