Arde el mar a la espalda de todo,
arde el mar y nadie lo sabe.
Fuego silencioso y frío
que a ese todo consume,
maderas y metales,
miradas y piedras.
Invisible llama salada
que la brisa aventa
yendo y viniendo paciente
en su eternidad serena.
Invisible lengua de lija
que acaricia y, mientras lo hace, quita
sin el menor remordimiento,
sin la menor prisa,
como si fuese puro tiempo
y no parte de su afectada materia.
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