martes, febrero 21, 2012

THE ARTIST


Es una idea inteligente la que, creo, inspira “The Artist”, una idea que además está llena de emocionante justicia poética.

Y las ideas que se pueden amar me tienen siempre incondicionalmente de su parte.

Con brillantez y talento, “The artist” simula el imposible de trasladar el punto de vista del cine mudo en el mismo momento en que se imponía el cine sonoro, relegando al olvido a toda una manera de expresar las historias que se transfiguraban sobre el blanco de la pantalla.

Y en este sentido el George Valentin de Jean Dujardin, que con talento compone una acertada mezcolanza de Douglas Fairbanks y John Gilbert (dos de las grandes estrellas cuya luz se apagó con el sonido), se convierte en el particular Leónidas de esta batalla de las Termópilas.

Sobre esta base “The artista” se desenvuelve con acierto en las procelosas aguas del simulacro, de la precisa repetición lo ya existente, unas aguas donde prejuiciosamente suponía que la película iba a ahogarse mostrando un vacío espectáculo de perfecta mímesis de una película  muda, un mero ejercicio de virtuosismo técnico como el que haría un guitarrista japonés con el flamenco.

Mi mente ya tenía preparada la plantilla del cine sin alma, pero nada más alejado a la realidad de una historia que llegando al extremo del simulacro consigue el imposible enlazar con el otro lado del continuo, ese lado difícil de alcanzar donde se encuentra el preciado tesoro para cualquier narrador de la verdad y la autenticidad.

Porque hay mucha verdad en “The artist”.

Pequeñas verdades de siempre que mágicamente aparecen siempre cuando son convocadas desde la verdadera impostura que representa el cine como arte.

Verdades que tienen que ver con las inaplazables facturas del tiempo o la erótica secreta de los iguales de la que tan bien poetizaba Jaime Gil de Biedma perfectamente decantadas en una redonda estructura de melodrama que encierra las resonancias de decenas de películas inolvidables.

Extraordinaria.

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