Lo que no te cuentan del pacto Hitler-Stalin
Cómo el anticomunismo occidental empujó a la URSS al abrazo con el diablo
¿Y si el Pacto Molotov-Ribbentrop no fue el inicio de la tragedia, sino su consecuencia? Desde 1934, Stalin buscó desesperadamente una alianza antinazi con Reino Unido y Francia. Pero las democracias occidentales, aterrorizadas por el comunismo más que por Hitler, prefirieron sacrificar a Checoslovaquia en Múnich y bloquear cualquier arquitectura de seguridad colectiva. Cuando Polonia vetó el tránsito de tropas soviéticas y Occidente dejó claro que prefería canalizar la agresión nazi hacia el Este, Stalin hizo lo que cualquier gran potencia habría hecho: firmar un pacto de supervivencia. La historiografía revisionista —Roberts, Carley, Gorodetsky— ha reconstruido esta secuencia desde los archivos. Lo que descubrieron es incómodo: la responsabilidad del desastre es compartida.
En un vistazo: El Pacto Molotov-Ribbentrop de agosto de 1939 ha sido utilizado durante décadas como arma moral contra Rusia, presentándolo como prueba de afinidad totalitaria. Sin embargo, la historiografía revisionista —respaldada por Geoffrey Roberts, Michael Jabara Carley, Gabriel Gorodetsky y Annie Lacroix-Riz— demuestra que Stalin buscó activamente una alianza antinazi con Reino Unido y Francia desde 1934 hasta 1939, pero fue sistemáticamente bloqueado por el anticomunismo de las élites occidentales. Múnich (1938) no fue un error de cálculo: fue una señal deliberada de que Occidente prefería canalizar la agresión nazi hacia el Este. Cuando la única arquitectura operativa de contención fue saboteada —por el veto polaco al tránsito de tropas soviéticas y la renuencia occidental a comprometerse—, Stalin recurrió al pacto con Alemania como realpolitik defensiva. La responsabilidad del estallido de la guerra es compartida, y cualquier análisis serio debe incorporar la cobardía moral y el sesgo ideológico de las democracias que eligieron el desastre antes que la alianza con Moscú.
El Pacto de No Agresión Germano-Soviético (Molotov-Ribbentrop) de 1939 ha sido canonizado por la propaganda de la Guerra Fría y la política de memoria contemporánea como el epítome de la maldad totalitaria. En el siglo XXI, es esgrimido frecuentemente por Europa como una prueba moral contra Rusia, equiparándolo a la lógica actual de "esferas de influencia" y "reparto de soberanías".
Rusia, por su parte, responde con su propia narrativa: el pacto fue un acto de necesidad tras la traición decisiva de Múnich (1938), donde Occidente dejó a la URSS aislada.
Si bien esta es la "guerra narrativa" actual, un análisis serio exige mirar lo que vino antes. La clave para entender la decisión de Stalin no está en 1939, sino en la década previa, una década en la que una parte significativa del establishment de las democracias europeas creía que Alemania resultaba más "tratable" que la URSS. Este artículo se inscribe en la corriente historiográfica revisionista que, desde los años 90, ha reexaminado los orígenes de la Segunda Guerra Mundial liberándolos de la narrativa simplificada de la Guerra Fría, recuperando la complejidad de los cálculos geopolíticos y las responsabilidades compartidas.
I. El Enemigo en Casa: La Peligrosidad Ideológica y la Simpatía de Élite
El nervio del conflicto para las élites liberales no era solo la amenaza exterior, sino la inestabilidad social interna. En plena Gran Depresión, la Unión Soviética presentaba una doble fascinación y amenaza que la convertía en el enemigo sistémico principal.
La Fascinación Económica Soviética
Mientras el capitalismo occidental se hundía en el desempleo masivo, la URSS exhibía sus Planes Quinquenales: industrialización acelerada y grandes obras. Para intelectuales y movimientos obreros, la URSS encarnaba la posibilidad práctica de una vida social distinta, desafiando frontalmente la propiedad, la jerarquía de clases y el orden liberal. Como documenta la historiadora francesa Annie Lacroix-Riz en Le choix de la défaite (2010), esta amenaza ideológica era considerada por las élites francesas y británicas como más peligrosa que el expansionismo alemán, precisamente porque resonaba con sus propias clases trabajadoras organizadas.
El miedo de clase: La amenaza soviética no era militar en los años 30, sino ideológica. El modelo soviético resonaba con millones de trabajadores europeos organizados en sindicatos y partidos de masas. Para las élites propietarias, esto era más peligroso que el expansionismo territorial alemán.
La Simpatía Nazi por Resultado y Orden
En la otra mitad del espejo, la Alemania nazi ofrecía un modelo que también generaba admiración en círculos de élite. El régimen logró un descenso rápido del paro y, crucialmente, estableció un orden social "limpio" a ojos de las clases propietarias: sindicatos neutralizados, conflicto laboral congelado y estabilidad.
La Alemania nazi ofrecía un "capitalismo disciplinado por el Estado" que, a diferencia del comunismo, preservaba la propiedad privada mientras lograba resultados. Para sectores conservadores, combinaba "orden" y "modernización" sin revolución social, lo que lo hacía un interlocutor más familiar que Moscú. Michael Jabara Carley, en 1939: The Alliance That Never Was (1999), demuestra cómo este sesgo ideológico permeó las negociaciones diplomáticas de finales de los años 30, condicionando las percepciones de amenaza de Londres y París.
Esta afinidad no era secreta y era transatlántica. En Europa, David Lloyd George, ex Primer Ministro británico y liberal, tras visitar a Hitler en 1936, alabó al Führer por restaurar el orden y el espíritu nacional: "Es un líder nato de hombres. Una personalidad magnética y dinámica... Es el George Washington de Alemania... Los jóvenes lo idolatran."
Del mismo modo, figuras influyentes como Lord Rothermere, barón de la prensa en Reino Unido, promovieron abiertamente la necesidad de una Alemania fuerte como "baluarte contra el bolchevismo".
Simpatías transatlánticas: El magnate estadounidense William Randolph Hearst, tras reunirse con Hitler en 1934, utilizó sus periódicos para difundir una imagen positiva del Führer, asegurando que Hitler "restauró el carácter y el coraje" de Alemania. Este apoyo, bajo el lema "America First", reflejaba una postura compartida: el comunismo era el enemigo principal.
II. La Seguridad Colectiva Rechazada: 1934-1939
La Política Soviética de Contención
Contrario a la imagen de la Guerra Fría de una URSS inherentemente expansionista, Geoffrey Roberts en The Soviet Union and the Origins of the Second World War (1995) documenta meticulosamente cómo, desde 1934, la política exterior soviética se orientó hacia la "seguridad colectiva": alianzas defensivas con las democracias occidentales para recrear el cerco de dos frentes que había derrotado a Alemania en 1914-1918.
Stalin, consciente del peligro que representaba una Alemania nazi libre de ataduras en el Este, buscó activamente esta arquitectura de seguridad. La URSS ingresó a la Sociedad de Naciones en 1934, firmó pactos de asistencia mutua con Francia y Checoslovaquia en 1935, y presionó constantemente por una alianza militar tripartita (Reino Unido-Francia-URSS) que hiciera operativa la disuasión.
La secuencia olvidada: Entre 1934 y 1939, Stalin buscó sistemáticamente una alianza militar con las democracias occidentales. Esta política de seguridad colectiva fue documentada exhaustivamente por Geoffrey Roberts usando archivos soviéticos y occidentales. El pacto con Hitler solo llegó cuando esta vía fue completamente bloqueada.
La Agresión Ignorada y el Sacrificio de Peones
Sin embargo, las democracias occidentales se negaron a concretar esta alianza. El Apaciguamiento no fue solo miedo a la guerra, sino una política coherente con su jerarquía de amenazas, que priorizaba la contención del comunismo sobre la contención del nazismo.
Contemporización a pesar de la Agresión
A pesar de que Alemania se mostraba mucho más agresiva que la Unión Soviética (con la remilitarización de Renania en 1936, el Anschluss con Austria en 1938 y las crisis territoriales), las potencias occidentales optaron por ceder y contemporizar. Preferían creer que Hitler era un negociador racional que solo buscaba corregir las injusticias de Versalles.
Esta lógica culminó en Múnich (septiembre de 1938), donde Reino Unido y Francia sacrificaron de facto a Checoslovaquia, un aliado centroeuropeo con capacidad militar significativa y alianzas con Francia y la URSS. Como analiza Gabriel Gorodetsky en Grand Delusion: Stalin and the German Invasion of Russia (1999), Múnich fue interpretado por Stalin no como un error de cálculo, sino como una señal deliberada: las democracias occidentales estaban dispuestas a canalizar la expansión alemana hacia el Este, sacrificando estados-tapón antes que comprometerse militarmente contra Hitler.
"Mis buenos amigos, por segunda vez en nuestra historia, un primer ministro británico regresa de Alemania trayendo consigo paz con honor. Creo que esta es paz para nuestros tiempos (Peace for our time)."
— Neville Chamberlain, septiembre de 1938
Múnich como señal: El sacrificio de Checoslovaquia no fue un error de cálculo. Fue interpretado por Stalin como una señal clara: Occidente estaba dispuesto a canalizar la agresión nazi hacia el Este antes que comprometerse militarmente contra Hitler. Gorodetsky demuestra que esta lectura era correcta.
La Llave Polaca y el Bloqueo de la Alianza
Entre marzo y agosto de 1939, tras la ocupación nazi del resto de Checoslovaquia, se iniciaron negociaciones formales para una alianza tripartita. Michael Jabara Carley demuestra en detalle cómo estas negociaciones fueron saboteadas desde dentro por el propio establishment británico y francés, que enviaban delegaciones de bajo nivel, retrasaban respuestas y mantenían canales paralelos con Berlín.
Pero el obstáculo definitivo fue Polonia. La alianza defensiva tripartita era militarmente inviable sin el acceso del Ejército Rojo a la frontera alemana, lo que dependía del consentimiento de Polonia para el tránsito de tropas soviéticas. El gobierno polaco, dirigido por el régimen autoritario de los coroneles y profundamente anticomunista, se negó rotundamente, por el temor a una ocupación de facto soviética.
Roberts señala que esta negativa polaca, respaldada tácitamente por Londres y París, destruyó la única arquitectura operativa de contención alemana. La alianza que podría haber evitado la guerra —o al menos presentado un frente unido— fue bloqueada por el mismo anticomunismo que había alimentado el apaciguamiento.
III. El Cálculo de Último Recurso y la Evasión de Responsabilidad
Cuando la vía de la alianza efectiva se hundió —bloqueada por el veto polaco y el sesgo occidental—, Stalin cambió el cálculo.
El Pacto Molotov-Ribbentrop de agosto de 1939 y su protocolo secreto fue una decisión de realpolitik clásica: asegurar un margen de tiempo crucial para rearmar y crear una zona de amortiguamiento (en los países bálticos, Polonia Oriental y Besarabia), anticipando la inevitable traición alemana. Como documenta Geoffrey Roberts en Stalin's Wars: From World War to Cold War, 1939-1953 (2006), Stalin nunca confió en Hitler y consideró el pacto como un expediente temporal para ganar los 18-24 meses que la URSS necesitaba desesperadamente para completar su modernización militar tras las devastadoras purgas de 1937-1938.
Realpolitik, no afinidad ideológica: Roberts demuestra con documentación soviética que Stalin consideró el pacto como temporal y defensivo. El objetivo: ganar 18-24 meses para rearmar y crear un colchón territorial. No hubo ilusión sobre Hitler, solo cálculo de supervivencia ante el aislamiento.
¿Fue moralmente defendible? Desde la perspectiva de la razón de Estado, todas las potencias de la época operaban bajo la misma lógica de interés nacional egoísta. Francia y Reino Unido habían sacrificado a Checoslovaquia en Múnich; Polonia había participado en el reparto de Checoslovaquia anexionando Teschen; las potencias occidentales habían permitido la remilitarización de Renania, el Anschluss, y la militarización alemana. La URSS, ante el aislamiento, hizo lo que cualquier gran potencia en su situación habría hecho: buscar una salida de emergencia.
Teddy J. Uldricks, en su trabajo sobre las negociaciones de 1939, concluye que el fracaso de la alianza anglo-franco-soviética fue resultado directo de la desconfianza mutua, pero especialmente de la renuencia occidental a comprometerse militarmente con Moscú en condiciones de igualdad.
La alianza forzada por la guerra: Las potencias occidentales evadieron su responsabilidad histórica al negarse a concretar la alianza vital años antes. Solo cuando la agresión nazi chocó con Polonia se vieron forzadas a declarar la guerra y, en 1941, tras la invasión alemana de la URSS, a la alianza con Moscú. La alianza que Occidente evitó por convicción ideológica en 1939 tuvo que ser impuesta por la guerra en 1941.
IV. La Historiografía Revisionista y el Debate Contemporáneo
La narrativa tradicional de la Guerra Fría presentó el Pacto Molotov-Ribbentrop como prueba de la naturaleza totalitaria equivalente de nazismo y comunismo, una lectura que servía perfectamente a la política de bloques. Sin embargo, desde los años 90, con la apertura de archivos soviéticos y británicos, una corriente revisionista ha reexaminado los orígenes de la Segunda Guerra Mundial.
Esta corriente, representada por historiadores como Geoffrey Roberts, Michael Jabara Carley, Gabriel Gorodetsky, Annie Lacroix-Riz, Teddy J. Uldricks y Donald Cameron Watt (en aspectos específicos), no busca "exonerar" a Stalin de las errores y crímenes del régimen soviético, sino situar el pacto en su contexto geopolítico real: como consecuencia lógica del fracaso deliberado de la seguridad colectiva.
Lo que la historiografía revisionista ha demostrado:
1. Que la URSS buscó activa y consistentemente una alianza antinazi desde 1934 hasta agosto de 1939.
2. Que las potencias occidentales sabotearon o rechazaron esta alianza por razones ideológicas y de clase, no solo por desconfianza "comprensible".
3. Que el apaciguamiento no fue un error de cálculo, sino una política coherente de canalización de la agresión alemana hacia el Este.
4. Que Polonia, con apoyo tácito anglo-francés, bloqueó la única arquitectura operativa de contención.
Estos historiadores, trabajando desde archivos primarios y documentación diplomática, han reconstruido una secuencia que la Guerra Fría había oscurecido: la responsabilidad compartida en el estallido de la guerra y el papel central del anticomunismo occidental en la destrucción de la seguridad colectiva.
V. Conclusión: El Pasado Incómodo
El pacto Hitler-Stalin no se entiende sin el anticomunismo estructural de las élites europeas y americanas, sin la fascinación de las clases trabajadoras por un modelo económico soviético que parecía dar resultados en plena depresión, y sin la disposición a tratar con Alemania, el agresor más visible, como un interlocutor más "familiar" que la URSS.
El uso contemporáneo del pacto como arma moral en la política de memoria europea —especialmente en Europa del Este y en el contexto de las tensiones con Rusia— oculta esta verdad incómoda: la historia no fue solo la historia de un pacto conveniente entre dos dictadores, sino la historia de una Europa liberal que eligió apaciguar al agresor, sacrificar a sus peones centroeuropeos y negarse a formar la única coalición operativa con el enemigo ideológico hasta que la guerra les obligó a hacerlo.
La responsabilidad del estallido de la Segunda Guerra Mundial es compartida, y cualquier análisis serio debe incorporar no solo la brutalidad finalista del estalinismo y la bestialidad del nazismo, sino también la cobardía moral, el cálculo de clase y el sesgo ideológico de las democracias que prefirieron el desastre a la alianza con Moscú.
La pregunta incómoda: ¿Habría existido el Pacto Molotov-Ribbentrop si Occidente hubiera aceptado la alianza tripartita en condiciones operativas reales? La historiografía revisionista sugiere que no. El pacto fue consecuencia, no causa, del fracaso de la seguridad colectiva.
Referencias bibliográficas principales
Carley, Michael Jabara. 1939: The Alliance That Never Was and the Coming of World War II. Chicago: Ivan R. Dee, 1999. • Gorodetsky, Gabriel. Grand Delusion: Stalin and the German Invasion of Russia. New Haven: Yale University Press, 1999. • Lacroix-Riz, Annie. Le choix de la défaite: Les élites françaises dans les années 1930. Paris: Armand Colin, 2010. • Roberts, Geoffrey. The Soviet Union and the Origins of the Second World War. London: Macmillan, 1995. • Roberts, Geoffrey. Stalin's Wars: From World War to Cold War, 1939-1953. New Haven: Yale University Press, 2006. • Uldricks, Teddy J. "The Icebreaker Controversy: Did Stalin Plan to Attack Hitler?" Slavic Review 58, no. 3 (1999): 626-643. • Watt, Donald Cameron. How War Came: The Immediate Origins of the Second War, 1938-1939. London: Heinemann, 1989.



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