miércoles, febrero 29, 2012

Me gusta esta frase que rescato de un foro donde las opiniones a favor y en contra de lo que sucede en Barcelona se enzarzan:

"Todos quieren seguir con la fiesta, y es imposible, ya no queda nada para repartir"

Y es verdad, pero es una verdad a medias.

Es cierto que no hay dinero, pero no se dice por qué no hay. Las respuestas son tácticas y tecnocráticas: No hay... porque no hay.
Y no se ponen las respuestas en el tiempo: ¿Por qué antes había y ahora no? o ¿Si antes tampoco había por qué importaba tan poco que no hubiera?

¿Qué ha pasado para que de repente, ahora, no haya?
¿Qué ha pasado para que ahora, de repente importe que no haya?

Si se hace un análisis de contenido de las publicaciones políticas y económicas de antes de la crisis nos llevaremos una sorpresa.
Recordemos...
Las deudas no eran un problema.
Lo importante no es lo que se debe sino la capacidad para devolverlo.
Las economías eran fuertes y las expectativas eran de crecimiento.

Y la gente que se creyó todo aquello ahora de pronto es culpable de haber gastado por encima de sus posibilidades.
El absurdo de culpar al soldado Garment de la derrota de Waterloo.

Por supuesto que hay culpa... la culpa de no sobreponerse al mainstream mass media favorable al gasto sin responsabilidad, de no tener intuición ni la fuerza de voluntad para resistirse a los interminables cantos de sirena de la sociedad de consumo.

Y que levante la mano el que no haya echado a la cesta de la compra algo que realmente no necesite... pero, y lo que es más importante, qué es necesitar a estas alturas de la película de la sociedad opulenta.

En cualquier caso es jugar con ventaja el volver la pasiva en activa, culpar a la mujer violada por ir demasiado provocativa o pensar que la gente común, la que se ha comprado un coche sin poder pagarlo, tiene la culpa de todo esto.

Porque  hay más culpables.

Los auténticos

Aquellos cuyas acciones han hecho imposible que hubiera donde había o que dejase de importar que no hubiera.

Y la gente se queja... Faltaría más.

Y deberíamos felicitarnos porque lo autenticamente humano es quejarse.

Y esto, desde el principio, siempre ha sido una injusticia, un complot contra las vidas de la gente.

Y la gente se queja porque los realmente culpables no son señalados públicamente ni gravados de forma conveniente y satisfactoria por su conducta.

Todo lo contrario.

Porque quizá no habría tanta queja si a las personas se las tratase como seres humanos por sociedades que se tienen por sofisticadamente humanas y civilizadas en su organización cuando su estilo de vida se ve amenazado y puesto en entredicho, cuando las cosas se plantean como las lentejas.

Pero no, hay una falta evidente de justicia.

El discurso determinista y riguroso de las infraestructuras es así. El fuerte se impone al débil y es éste quién paga... si acaso sólo le queda el pataleo, y quizá un poco de suerte comprender que no es ese sujeto todopoderoso sobre el que se instaura el imaginario político de las sociedades occidentales.

A todas luces no lo es.

Si algo tiene esta crisis es precisamente eso, que saca a la luz las contradictorias costuras de este mundo encantado de conocerse en el que vivimos. En los bajos, siempre ha funcionado una plantación con sus capataces y sus amos.

Siempre ha habido clase cuando las cosas se ponen difíciles.

La historia no ha terminado.

No puede acabar en un mundo donde un tipo que tiene siete piscinas no se sienta culpable... sin entrar en que alguna vez las use o no.

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